viernes, 11 de septiembre de 2009

Sobre el 11/S, nuevas investigaciones


Rebelion publica una entrevista con José Luis Gordillo, profesor de filosofía del derecho en la Universidad de Barcelona y miembro del consejo de redacción de mientras tanto, quien reveló en esa publicación nuevas investigaciones sobre el 11 de septiembre del 2001 y el ataque a las Torres Gemelas. Reproducimos un fragmento.

¿Ha habido hasta la fecha alguna reacción de la nueva administración usamericana ante estas nuevas investigaciones?

Ninguna que yo sepa. Para el gobierno de EE.UU el 11-S es tabú, no se habla ni se discute sobre él. Obama ha dado por buena y ha repetido como un loro la versión sobre su autoría difundida por Bush, Cheney, Rumsfeld y compañía tres días después de los atentados, ¡cómo si en tres días fuera posible investigar en serio unos atentados de esa magnitud! La versión oficial del 11-S es cuestión de fe (en última instancia, de fe en el poder norteamericano), no de raciocinio. En nombre del 11-S se han justificado guerras, como la de Iraq, en las que están en juego grandes intereses que tienen que ver, directa o indirectamente, con el aprovisionamiento energético de las sociedades occidentales. Si dudas sobre la versión oficial del 11-S estás cuestionando también la guerra de Afganistán y, más en general, la penetración occidental en Asia Central que tiene como objetivo prioritario controlar las reservas y las rutas de transporte del petróleo y el gas del Mar Caspio. Y recuerda que la era del petróleo abundante y barato está dando sus últimas boqueadas.

Señalas en tu nota que el resultado de la investigación “supone una bofetada monumental al informe del gubernamental NIST (Instituto Nacional sobre Estándares y Tecnología) que atribuyó el hundimiento de las tres torres del WTC al efecto combinado del impacto de los aviones y los incendios consiguientes”. ¿Por qué? ¿Quieres decir con ello que lo que se nos ha contado una y mil veces oficialmente en mentira, una mentira diseñada con todo detalle y con malévola intención?

Hay muchos elementos para pensar que así es. El NIST -una institución cuyos directivos son designados por el gobierno- afirmó que el impacto de los aviones provocó un incendio pavoroso que fundió y/o debilitó las vigas de acero de los pisos afectados por el choque, provocando después un derrumbe en cadena de los pisos inferiores. Pero ni antes ni después del 11-S se han hundido edificios con estructura de acero como consecuencia de un incendio en unos pocos segundos, de forma perpendicular, simétrica y sobre sus propios cimientos (la Torre Norte y la Torre Sur se hundieron en 10 segundos, el Edificio 7 en 6’60 segundos como ya se ha dicho). La increíble afirmación del gubernamental NIST llamó la atención, para decirlo de forma suave, de científicos de varios países. Lo cual es bastante lógico, porque si fuese cierto que un edificio con un esqueleto de vigas de acero puede colapsar en cuestión de segundos a causa de un incendio, las empresas que se dedican a la demolición controlada de edificios deberían echar el cierre y los arquitectos e ingenieros de todo el mundo deberían celebrar un congreso internacional para revisar las reglas de construcción de rascacielos, algo que no ha sucedido que yo sepa.

La mala intención fue notoria cuando la Administración Bush intentó convencer al mundo de que Sadam Hussein era uno de los conspiradores del 11-S. Hay un video en youtube (titulado: “bush wmd lies”) que denuncia de forma magistral las mentiras de la guerra de Iraq, incluidas las que hacían referencia a Al Qaeda. Para la propaganda bélica occidental, el 11-S, el 7-J, el 11-M y otros atentados similares –con independencia de su real o supuesta autoría- se han convertido en “atentados multiusos” que igual sirven para un fregado que para un barrido; igual sirven para justificar la invasión de Iraq que el envío de más soldados a Afganistán; igual para justificar la aprobación de un montón de nuevas leyes antiterroristas que una tanda de bombardeos en Somalia. Después de los atentados de Nueva York y Washington, el gobierno estadounidense hizo pública una lista en la que se nombraban decenas de organizaciones “terroristas” muy bien repartidas por el mundo. A continuación, Bush y sus cómplices dijeron que esas organizaciones eran los objetivos a abatir en la “guerra contra el terrorismo”. El problema era que el 99’9% de ellas no tenía nada que ver con el 11-S: ni ETA, ni el Partido Comunista de las Filipinas, ni los paramilitares colombianos, ni los lealistas irlandeses, ni Sendero Luminoso, ni Hamas, ni Hezbolá, para citar solo algunas que se mencionaban en la lista, tenían relación alguna con el 11-S. Ningún gobernante europeo alzó la voz para denunciar una manipulación tan grosera y escandalosa. Todos dijeron amén. Y no sólo los gobernantes. Rodríguez Zapatero, entonces en la oposición, llegó a decir que la sociedad norteamericana había dado una lección de “patriotismo constitucional” después del 11-S. Josep Piqué, por entonces ministro de asuntos exteriores, literalmente dijo: “cualquier acción de EE.UU tendrá su justificación”. Más recientemente Obama ha dicho, con motivo del sesenta aniversario de la fundación de la OTAN, que los Estados europeos debían enviar más soldados a Afganistán porque Al Qaeda podía volver a atentar y lo haría seguramente en Europa. Eso fue, como diría Al Gore, “política del miedo” (incluso sonaba como una amenaza). Los dirigentes occidentales no tienen buena opinión sobre las poblaciones que gobiernan: piensan que son como niños atontados a quienes hay que asustar para obtener su sumisión y obediencia. Sí, los gobernantes occidentales mienten como bellacos y también lo han hecho en relación con el 11-S.

¿Hay que creer entonces la hipótesis, a la que haces también referencia, apuntada por testimonios de centenares de personas que afirmaron haber oído y/o padecidos explosiones antes y mientras se hundían los edificios? ¿Los tres rascacielos fueron destruidos mediante una demolición controlada?

No es cuestión de creencias, sino de hechos, pruebas y leyes científicas. Como dicen los arquitectos por la verdad sobre el 11-S, no hay muchas más opciones de acuerdo con las leyes de la física y las reglas de la ingeniería y de la arquitectura. Además de la investigación dirigida por Niels Harrit, existen efectivamente los testimonios de cientos de personas entrevistadas en vivo y en directo inmediatamente después de los colapsos. Uno de ellos es el de William Rodríguez, un portero de la Torres Gemelas que padeció –y no sólo escuchó- una explosión en los sótanos de la Torre Norte momentos antes de que se estrellara el primer avión. Un compañero suyo, llamado Felipe David, resultó gravemente herido, con quemaduras en su cara y en sus brazos. Rodríguez ayudó después a salir del edificio a decenas de personas. Fue recibido por Bush en la Casa Blanca y alcanzó cierta notoriedad porque los medios le bautizaron como uno de los “héroes del 11-S”. Fue llamado a declarar ante la Comisión y explicó lo de la explosión en los sótanos previa al impacto del primer avión. Mientras la declaración de otros testimonios fue televisada, la suya fue a puerta cerrada. En el Informe final, su testimonio y su nombre no aparecen por ninguna parte.

Pero hay más datos que apuntan en la misma dirección: en un documental muy interesante de Massimo Mazzucco, titulado Engaño global, se pueden ver el hundimiento de las Torres Gemelas a cámara lenta (ver: http://www.nodo50.org/rebeldemule/foro/viewtopic.php?f=4&t=5244). En esas imágenes se ven claramente estelas del humo horizontales procedentes de explosiones. A esto hay que añadir los charcos enormes de metal fundido que se formaron en los cimientos tras los derrumbes. Ante la estupefacción general, semanas después del 11-S todavía persistían esos charcos con el metal al rojo vivo. El físico Steve E. Jones, mencionado más arriba, se planteó la cuestión en su artículo “¿Por qué se derrumbaron realmente los edificios del WTC?”, que se puede consultar en la web www.journalof911studies.com, donde ya se apuntaba que la respuesta más probable a ese fenómeno tenía que ver con el uso de la termita, un explosivo que permite cortar y fundir fácilmente el acero.

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