viernes, 8 de diciembre de 2017

Donald Trump, Jerusalén y los desafíos hegemónicos


Daynet Rodríguez Sotomayor/Publicado en Cubasi.cu


Ante una decisión que socava todos los intentos de pacificar la región y deja sin muchos argumentos hasta a los propios aliados árabes de EE.UU., cabría preguntarse, ¿qué sostiene la más reciente “movida” de Trump?

Como era de esperarse, la decisión del presidente Donald Trump de reconocer oficialmente a Jerusalén como capital de Israel y reubicar allí su embajada tradicionalmente asentada en Tel Aviv, en una violación de los intereses legítimos del pueblo palestino y de las naciones árabes e islámicas, ha desatado la repulsa de la comunidad internacional.

Las declaraciones de varios líderes mundiales, tantos políticos como eclesiásticos, ejemplifican ese malestar ante un hecho que sin dudas añade pólvora al Medio Oriente, la zona más tensa y volátil del mundo, y representa una nueva escalada en el conflicto de larga data entre israelíes y palestinos. Entre las últimas reacciones, el líder de Hamas llamó este jueves a un nuevo levantamiento (Intifada) contra Israel, pues, dijo, las declaraciones de Trump sobre Jerusalén constituyen 'una declaración de guerra'.

Ante un anuncio que socava todos los intentos de pacificar la región y deja sin muchos argumentos hasta a los mismos aliados árabes de EE.UU., cabría preguntarse, ¿qué sostiene la más reciente “movida” de Trump?

En primer lugar, es evidente la mano del poderoso lobby pro-israelí, ese vasto ecosistema de presión que exige apoyo incondicional de parte de EE.UU. hacia la nación del Medio Oriente, y está integrado por numerosas organizaciones como el Comité Americano de Asuntos Públicos sobre Israel (American Israel Public Affairs Committee, AIPAC). Ningún otro grupo ha ejercido más influencia en la política exterior norteamericana: el lobby judío ha sabido administrar, con creces, la importancia geopolítica de Israel para la Seguridad Nacional de Estados Unidos, como pieza clave de contención de lo que han identificado como amenazas en la región, especialmente Irán. Es tan umbilical la relación que desde el nacimiento del Estado de Israel en 1948, el pequeño país ha sido 'el más grande receptor de asistencia exterior estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial', de acuerdo al Servicio de Investigaciones del Congreso.

También han jugado su papel los donantes individuales en la campaña presidencial. Personajes, por ejemplo, como el multimillonario sionista Sheldon Adelson y su esposa, quienes se sabe aportaron unos 35 millones en el camino de Donald Trump a la Casa Blanca, así como otros cinco millones para organizar su toma de posesión. Hasta de influencia familiar puede hablarse en este tema, pues es conocido que el yerno de Trump, Jared Kushner, es judío y un contribuyente asiduo a la causa pro-israelí.

No es desdeñable, tampoco, el impacto que este anuncio genera en las bases electorales de Trump, esas que lo llevaron a la inesperada pero rotunda victoria hace un año. En este caso, se trataría de la comunidad evangélica, núcleo duro de esa identidad nacional estadounidense que el mandatario se ha propuesto "hacer grande, nuevamente". Unas bases que salieron a votar en masa, que han demostrado ser leales e inamovibles en su apoyo al presidente, y que hasta el momento simpatizan y aprueban todo lo que hace, hasta lo más descabellado.

De acuerdo con un artículo de opinión publicado por The Economist, "en los últimos 20 años, el apoyo inspirado por la religión para Israel (y para las políticas israelíes de línea dura) ha sido un poderoso impulso en el lado conservador de la política estadounidense. La idea de que el propósito de Dios está trabajando en la reunión del pueblo judío es muy querida para los corazones del 80% de los votantes evangélicos que optan por los candidatos republicanos".

Las declaraciones de Paula White, pastora evangélica de la Florida y miembro del Consejo Asesor de fe del presidente, son ilustrativas: "Los evangélicos están encantados, porque Israel es para nosotros un lugar sagrado y el pueblo judío es nuestro mejor amigo". Estos sentimientos, agrega The Economist, son típicos de un círculo interno de evangélicos que ayudó a llevar al señor Trump al poder y eso lo ha presionado para mantener sus promesas amistosas con Israel.

El anuncio también es fiel a su filosofía de que si algo no ha funcionado, debe cambiarse. Trump declaró que estaba poniendo fin a un enfoque que durante décadas no ha logrado avanzar en las perspectivas de paz, para de paso seguir distanciándose del legado de sus antecesores en la Casa Blanca. Y el giro le viene como anillo al dedo a su estilo de vivir la política como un reality show, espectacularizando cada día con nuevos titulares.

Todo ello es coherente, además, con el desdén de la actual administración hacia el sistema multilateral con la salida de la UNESCO y del acuerdo de París contra el cambio climático, o el desprecio a la Asamblea General, calificada por la embajadora Nikki Haley como un teatro durante el examen del tema del bloqueo a Cuba. Una asamblea general que ya había aprobado a Palestina como Estado observador no miembro, el mismo status que posee El Vaticano, un acuerdo que impulsó a varios países a reconocerla y establecer relaciones diplomáticas.

Si bien es cierto que la actual administración estadounidense no ha demostrado estar respaldada por una plataforma programática en política exterior, un convencimiento parece abrirse paso entre su dirigencia: la arquitectura internacional edificada por los propios EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial ya no le es funcional para manejar los destinos del mundo y asegurar el mantenimiento de su hegemonía. Es "una pérdida de tiempo", se sinceró Nikki Haley aquel día en la ONU. ¿A dónde nos llevará esta nueva visión? De momento, se ha impuesto una vez más el America First, sin importar lo que piense el resto del mundo. Con un costo político: el liderazgo de Estados Unidos de cara a la comunidad internacional ha quedado de nuevo dañado. Y el viejo conflicto israelo-palestino ve cada vez más lejana su definitiva solución.