lunes, 6 de julio de 2009

Cinismo


Por Daynet Rodríguez Sotomayor

Después de una semana siguiendo minuto a minuto los acontecimientos en Honduras ya debería estar acostumbrada, nunca resignada, a las soeces declaraciones de los golpistas. Pero, lo confieso, todos los días tienen la capacidad de asombrarme con su cinismo. Hoy, por ejemplo, leo en más de un diario del continente la actitud asumida por el canciller de facto, Enrique Cortés, frente a la masacre de este domingo en el aeropuerto de Toncontín.
Un niño muerto, de solo 14 o 16 años, a lo sumo. Apenas ha vivido, entre la risa y el llanto -quién sabe-, y ya es un mártir de esta nueva hora para su pueblo. Otro fallecido y más de una decena de heridos.
¿Y qué dice el señor Cortés? Culpó a los manifestantes por las víctimas. "La policía no hizo ningún disparo, sino que entre los propios grupos antagónicos se fue un disparo", por lo que 'no hay ninguna responsabilidad' de las fuerzas de seguridad", dijo.
Aunque siempre haya páginas abiertas a la mentira, es inútil negarlo. Las imágenes y videos del instante revelaron al mundo la verdad de la tragedia: gases lacrimógenos, balas contra hondas y piedras, escudos contra manos, un ejército pertrechado frente a una multitud de 300 mil pacíficos hondureños.
Durante toda la jornada, el gobierno de facto había militarizado el aeropuerto y en la pista camiones y otros equipos bloqueaban cualquier posibilidad de aterrizaje. Mientras, efectivos de la policía permanecían agazapados en puntos estratégicos, en una calma aparente.
Del otro lado de la cerca, miles de simpatizantes de la legalidad, esos que han llevado en sí la hidalguía de todos los pueblos de América juntos, esperaban a su presidente.
Minutos antes de su arribo a cielo hondureño, los militares desataron su odio...
Quizás nosotros, espectadores televisivos de la masacre, no podamos ser los mejores antídotos para estas increíbles declaraciones. Por eso prefiero dejar que hable una protagonista, una hondureña cuya apresurada crónica leí hoy en la blogosfera:
"Soy escritora, a eso me dedico, a juntar las palabras para que puedan entenderse, leerse, compartirse. Hoy sin embargo, las palabras se encuentran en algún lugar lejano entre mi cerebro y mi pecho. No quiero ni hablar. Estoy triste.
Hoy que pensábamos que el Presidente aterrizaba en Tegucigalpa, militarizaron el aeropuerto y el ejército abrió fuego contra más de 500,000 civiles indefensos y desarmados, entre ellos hombres, mujeres y jóvenes. De nada valió que nosotros y nosotras fuéramos desarmados, de nada valió decir que era una resistencia pacífica, de nada valieron las protestas, los gritos y los llantos ante esta horda de asesinos y salvajes. Entre los muertos que hasta ahora son tres, se encuentra un joven de 14 años y no puedo evitar pensar en parte de mi familia que tiene esa misma edad. Pienso en el dolor de su madre cuando reciba la noticia, pienso en la existencia arrebatada de un golpe, cuando se estaba manifestando por la libertad y la vida.
Pienso también en la alegría de las compañeras bailando y gritando cuando el avión donde venía el Presidente sobrevoló la manifestación donde estábamos y el ritmo de los tambores que celebraban su regreso, la gente bailando y luego la desmovilización urgente porque el gobierno de facto ordenó a última hora el toque de queda a las seis y media de la tarde, cuando todavía a las seis estábamos protestando. Que quede claro, protestamos, estamos en resistencia por el regreso de la democracia de la libertad, aunque muchos fascistas no quieran entenderlo".
(...) Hoy visité de nuevo mi lado triste y en estos momentos eso también me da fuerzas, así como la alegría, como el dolor. Somos muchas, somos muchos y todos somos Honduras. Llegaremos hasta el final. Porque estamos en resistencia y eso es estar amando en la vida, luchando por la libertad".

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