viernes, 2 de octubre de 2009

¿Dónde estaremos en el 2016?

Por Daynet Rodríguez Sotomayor

Río de Janeiro acaba de ser anunciada como la sede de los Juegos Olímpicos del 2016 y todo Brasil es un estallido de júbilo, multiplicado entre los simpatizantes del resto del mundo que apostaron por la candidatura.
Ciertamente es una oportunidad histórica: por primera vez los conservadores miembros del COI han votado por el riesgo y le han hecho justicia a un continente de 400 millones de habitantes, América del Sur, que nunca ha sido anfitrión de las Olimpiadas. Pero no nos engañemos. Río, aunque condimentará la versión del 2016 con su alegría y su deslumbrante cultura, no organizará unos juegos modestos. La "trasnacional deportiva" ha hecho del gigantismo, los presupuestos y gastos millonarios, los exorbitantes contratos por los derechos de televisión, y la espectacularidad, el centro de los Juegos. Por lo que es casi imposible cambiar las reglas: desde ya, se calcula que el proyecto vencedor costará 13.920 millones de dólares, uno de los más caros de la historia.
Algunas cosas probablemente tampoco habrán cambiado para el 2016, o serán más evidentes: el flagelo del doping -siempre más adelantado que todas las reglas para combatirlo-; la desigual representatividad en el seno del COI, dominada por Europa, América del Norte y Asia; la comercialización excesiva; la escasa universalidad del deporte; el eufemismo de una "familia olímpica", cuando naciones y continentes enteros como África, por ejemplo, se ven excluidos de la posibilidad de organizar unos Juegos. Y aunque no puedo negar que para los atletas y los que amamos el deporte constituyen el evento más añorado; la realidad es que son unos festejos con cada vez más invitados, y menos protagonistas.
Para entonces, mientras nos encandilan las luces de Río, y sus playas, y su carnaval, y su pujanza económica que según vaticinios habrá convertido a Brasil en la quinta economía del mundo; los Objetivos del Milenio (erradicación de la pobreza, insalubridad, analfabetismo, etc, etc) quedarán incumplidos en su fecha tope del 2015, pronostica las Naciones Unidas.
Y más o menos para esa fecha, las predicciones del IPCC, grupo intergubernamental de expertos sobre el cambio climático, auguran un océano Ártico libre de hielo en la época estival, debido al calentamiento de la Tierra, lo que podría ser fatal para las pequeñas naciones insulares y zonas costeras, como Río.
Imagino que tampoco les importará mucho los Juegos a los 1.300 millones de personas que ya hoy están sin acceso al agua limpia, los 2.000 millones sin saneamiento y los 800 millones de desnutridos.
Pero vivamos ahora la explosión de la fiesta, las imágenes de un Copacabana desbordado, y dejémonos arrastrar por el éxtasis; si en el futuro no hacemos del planeta un sitio habitable, la celebración olímpica podría durararnos muy poco.

1 comentario:

  1. Es un buen análisis, sencillo, directo, irrebatible. En definitiva no es un triunfo de los de abajo, sino una acción meditada de los de arriba, para presentar a Brasil --recién aceptada como miembro del G 20--, como modelo de los de abajo. Brasil, que ya se sienta en la mesa de los poderosos, bromea y comparte con ellos; Brasil, cuya Primera Dama es amiga "personal" de la Primera Dama de Estados Unidos. Los gastos millonarios se presuponen, porque premian a Brasil no como socio pobre, sino como nuevo miembro del Yatch Club. Pero bueno, somos latinos, caribeños, y nos parecemos a los brasileños. Vaya, que nos caen bien. Entonces, la alegría es contagiosa. Un presidente negro en Estados Unidos para defender el imperialismo; unas Olimpiadas en Brasil para defender el mercantilismo en el deporte.

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