martes, 7 de marzo de 2017

La huella solidaria



Daynet Rodríguez Sotomayor

A veces se tiene la suerte de ser testigo de la conmoción y la bondad. A media mañana estaba esperando un transporte para venir a la redacción: un botero, un rutero, una guagua, lo primero que pasara. Un poco más adelante, un hombre de unos 40 años también intentaba llegar a su centro de trabajo. Ya más de un carro de alquiler había pasado sin hacer caso a nuestras señas, indolente. Mientras, por la acera, venía caminando un viejito, mochila en mano y gorra para el sol, lo hacía muy despacio, casi centrímetro a centímetro. Como traía bastón, pensé que tenía problemas de movilidad, mientras que el hombre -me dijo después- creyó que estaba operado. De pronto, el viejito, del que nos separaban unos metros, comenzó a desplomarse... una tercera persona, que venía en su dirección, a duras penas lo atajó en sus brazos. Ese instintivo y rápido gesto evitó males mayores. Entre los tres, lo sentamos en una escalera, pero casi no podía sostenerse. En medio de su desvanecimiento, él insistía en que debía ver a su "hermana que la operaban hoy". Nada más... hasta que logró balbucear la dirección de un familiar, muy cerca de allí... Le preguntamos su nombre, si era diabético, alguien le buscó un refresco de cola, intentamos reanimarlo con gel de manos (no se me ocurrió otra cosa)... y como vimos que no podría avanzar solo, llamamos a la policía y en un primer intento nos respondieron que debíamos hacerlo al 104, a emergencia médica. Al no comunicar, después de varios minutos volvimos a insistir con la policía, que se encargó de contactarnos con el servicio de emergencia. El cuarentón  les explicó la gravedad de la situación. Y durante la espera, se llegó hasta la dirección cercana que el viejito había logrado decir, pero no encontró a ningún familiar, solo una anciana vecina que le dio su número de teléfono para que "por favor luego le contara a donde lo trasladarían". En unos 15 minutos ya la ambulancia estaba allí. Tres enfermeros: dos hombres y una mujer. Enseguida le midieron la presión, el nivel de azúcar en sangre, le canalizaron la vena, le pusieron un suero de dextrosa, lo trataron con cariño, lo calmaron porque él solo repetía que tenía que ver a su hermana... Fueron muy rápidos, y muy eficientes. Es su trabajo, es verdad... Es más, no sé cómo sucede otras veces, si son tan ágiles en llegar, si son tan buenos en auxiliar, pero hoy todo se juntó para hacer una buena obra. Y es un bálsamo saber que todavía nos mueve la solidaridad por el prójimo, que hay mucha gente bondadosa en la calle, que no da la espalda sino que tiende su mano, y ayuda y espera a ver el desenlace. Como el que iba por la calle y lo recogió, un mecánico que contó que tenía su carro desarmado a unas cuadras de allí, o el hombre de 40, que "también es diabético y sabe lo que es sufrir de azúcar baja o alta", o los enfermeros del SIUM, tan profesionales. Todos por un desconocido, al que no volverán a ver. No importa, queda la conmoción, y la huella: de estos pedacitos solidarios se va armando esa sociedad más humana por la que decidimos apostar los cubanos hace más de 50 años.