Por Isaac Rosa
Ayer fui a visitar varios pisos en venta en mi barrio, y para mi sorpresa la llave no la tenía el portero del edificio, como es la costumbre: para verlos tuve que pasar por una sucursal bancaria en la misma calle, cuyo director se ofreció a enseñarme los pisos con la misma sonrisa con la que hasta ayer intentaba colocarme algún producto financiero. Le costó encontrar la llave de cada puerta, entre las muchas que le abultaban el llavero.
Ya que últimamente no se dedican a lo suyo, que es prestar dinero, los bancos y cajas han ampliado negocio y ahora también se dedican a vender pisos. Por ahora lo hacen discretamente, sobre todo a través de portales de Internet, pero no nos extrañe que pronto coloquen anuncios en la puerta del banco, de esos con papelitos recortados para coger el número de teléfono. Y los hay para todos los gustos: nuevos, de segunda mano, y a medio construir.
Entre embargos, impagados y canjes de deuda por activos inmobiliarios, el sector financiero está engordando sus llaveros a tal velocidad que se le empiezan a caer los pantalones por el peso de tanta llave. Ellos disimulan, ponen buena cara mientras se sujetan los pantalones por detrás, y juran que son la banca campeona del mundo. Pero en cuanto dan dos pasos se oye el ruido de sus bolsillos. Y no son monedas.
En el último año los bancos y cajas españolas han triplicado el tamaño de su cartera de inmuebles, hasta unos 30.000 millones de euros. Y seguirá creciendo, pues los promotores inmobiliarios tienen una deuda con la banca de 350.000 millones. Gómez Navarro comentó hace unos días que podían dar por perdido casi un tercio de esa deuda, y le han caído capones de todos lados.
Habrá quien se alegre de ver a los bancos agobiados con tanto piso que nadie compra. Yo no. Me aterra pensar que, tras el pinchazo de la burbuja, la vivienda –que no olvidemos, sigue siendo un derecho constitucional- deje de estar en manos de los promotores para pasar a manos de los banqueros. No sé qué será peor.
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