Por Joseph Stiglitz
Es probable que asistamos a una recuperación en algunas de las áreas que tocaron fondo entre fines de 2008 y comienzos de este año. Pero hay que percatarse de lo que ocurre en los fundamentos de la economía: en EEUU, los precios de los bienes raíces siguen cayendo, millones de hogares están con el agua al cuello, con unas hipotecas que valen más que el precio de mercado de la vivienda y un desempleo al alza, con centenares de miles acercándose al final de las 39 semanas de cobertura del paro. Los estados se ven forzados a despedir trabajadores, a medida que se desploman sus ingresos fiscales.
El sistema bancario acaba de ser sometido a un test para averiguar su grado de capitalización –un test de “stress” nada “estresante”—, y algunos no pudieron pasar la prueba. Pero, en vez de dar por bienvenida la ocasión de recapitalizarse (tal vez con ayuda pública), los bancos parecen preferir una respuesta a la japonesa: saldremos, mal que bien, del paso.
Los bancos “zombis” –muertos, pero todavía circulando entre los vivos— están, conforme a las inmortales palabras de Ed Kane, “apostando a la resurrección”. Repitiendo la debacle de Savings&Loan en los 80, los bancos recurren a la contabilidad tramposa (se les permitió, por ejemplo, mantener en sus libros activos problemáticos sin obligarles a la depreciación, en la ficción de que esos activos podrían llegar a madurar y, de uno u otro modo, sanearse). Peor aún: se les permite tomar préstamos baratos de la Reserva federal estadounidenses, respaldados por un colateral ínfimo, para, simultáneamente, adoptar posiciones de riesgo.
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