Por Alejandro Nadal
La crisis en Grecia no es una simple emergencia pasajera. Es la prueba de que la economía mundial permanecerá una larga temporada, quizás más de diez años, sumergida en un letargo profundo. Lleva en sus entrañas el anuncio de eventos nefastos. En comparación con el terremoto griego, la caída de Lehman Brothers en 2008 podría parecer juego de niños. No cabe duda, la idea de que ya entramos en una fase de recuperación es brutalmente desmentida con el colapso de la economía griega.
Es ahora bien sabido que para ingresar a la eurozona en 2001, el gobierno griego ocultó la magnitud real del déficit público y de endeudamiento, para cumplir con los requisitos del Tratado de Maastricht (déficit fiscal y endeudamiento inferiores a 3 y 60 por ciento del PIB, respectivamente). En 2004 la Eurostat descubrió los trucos contables y ese año el déficit fue recalculado, pasando del 1,7 al 4,6 por ciento. En 2009 ese déficit alcanzó 12,7 por ciento del PIB. Por su parte, Goldman Sachs y el gigante en bancarrota AIG ayudaron a disfrazar el monto de la deuda a través de operaciones poco transparentes en los mercados de derivados.
Cuando ingresó a la esfera del euro, Grecia lo hizo con un tipo de cambio sobrevaluado, lo que otorgó a los consumidores una ilusión de prosperidad y el acceso a bienes y servicios que antes estaban fuera de su alcance. El deterioro de las cuentas externas griegas no tardó, y hoy el déficit comercial alcanza 12,8 por ciento del PIB.
Además, con las menores tasas de interés, tanto el sector privado como el gobierno aumentaron sus niveles de endeudamiento. La deuda externa de Grecia asciende hoy a 260.000 millones de euros (mmde) y los vencimientos a corto plazo constituyen una seria amenaza: 30 mmde en abril y marzo (64 mmde a lo largo del año). El país no tiene con qué enfrentar esos vencimientos y la amenaza de una moratoria es real. Las consecuencias para Europa serían graves.
La crisis mundial tomó a Grecia en una mala coyuntura. Su balanza de pagos muestra gran debilidad y sus finanzas públicas están enfermas.
Normalmente, un país en esas condiciones podría recurrir a una devaluación. Pero por pertenecer a la esfera del euro, Atenas no controla su política cambiaria. Tanto Grecia como la Unión Europea enfrentan un peligroso dilema: una salida griega de la eurozona conlleva graves daños para el euro, pero permanecer en ella aplicando un programa de austeridad implica una recesión prolongada y difícil para Grecia.
Los líderes de la Unión Europea han insistido en que no dejarán caer la economía griega, pero hay muchas reticencias. En Holanda se ha votado una ley que prohíbe usar recursos fiscales holandeses en un eventual rescate de los griegos. En Alemania el sentimiento es parecido. De cualquier manera, si se logra armar un paquete de salvamento para Atenas, lo más seguro es que vendrá acompañado de terribles condiciones de austeridad. Cualquiera que recuerde los paquetes de austeridad procíclicos impuestos por el FMI en las últimas décadas sabe muy bien lo que eso significa.
Se podría pensar que si se mantiene el déficit constante, el crecimiento de la economía griega podría llevar a cumplir la meta macroeconómica de su reducción. Pero en el contexto de una recesión mundial eso no sucederá. Parece que el sacrificio que exigirá la UE para acudir al rescate será descomunal: recortes fiscales a todo tipo de prestaciones y en el gasto social, además de una avalancha de aumentos de impuestos. Esas medidas de austeridad profundizarán la recesión y reducirán todavía más la recaudación fiscal, alargando la duración de la emergencia. En todo este proceso, el servicio de la deuda pasará por una colosal desviación de recursos de la economía real a la esfera financiera.
Paradójicamente, los embustes de los gobiernos griegos podrían apuntar hacia una puerta de salida: el recorte del gasto militar. En 1991 cuando las autoridades griegas mintieron sobre la magnitud del déficit público, parte del engaño versó precisamente sobre la adquisición de costosísimos aviones militares. En 2005 el gasto militar en ese país alcanzó 4,3 por ciento del PIB (datos de SIPRI). Es evidente que ése debería ser el primer filón para un programa de saneamiento de las finanzas públicas. De hecho, el monto preciso del gasto militar podría ser mayor. De cualquier forma, aún el recorte en el gasto militar no es suficiente para evitar el brutal ajuste que se impondrá sobre el pueblo griego.
Como en una tragedia clásica, Grecia tiene frente a sí opciones que oscilan entre lo terrible y lo desastroso. Si acepta un rescate condicional, se sacrificará en el altar de la austeridad y sufrirá una larga y brutal recesión. Si declara la moratoria, quedará aislada y los efectos sobre los bancos de la Unión Europea serán desastrosos. El exilio podría ser otra opción: Grecia podría abandonar el euro, lo que repercutiría negativamente sobre la credibilidad de la unión monetaria y sobre la economía mundial. En el género de la tragedia todos los caminos conducen a la desgracia.
La Jornada
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