miércoles, 13 de abril de 2011

X Alfonso: Un tipo normal, que sueña


Como casi todo en el siglo XXI, una urbe es un espacio multimedia. Desde los textos, los sonidos que configuran ambientes e, incluso, a partir de las connotaciones que poseen determinados instrumentos o estructuras musicales, podemos rastrear calles, plazas, personas y relaciones sociales a partir de la música; lo mismo, en imágenes fotográficas, cinematográficas, gestuales. Ninguna de ellas es una representación particular: cada ciudad es la alquimia de sus olores, texturas, ambientes, flujos. Y el artista, ese ente que quizá exista para hacérnoslo ver.
En La Habana, X Alfonso ha creado una cosmópolis de cuatro mil personas que se renueva cada fin de semana, para dar paso a otras; una fábrica que involucra músicos, estudiantes, teatristas, bailarines, amas de casa, pintores, taxistas. Hijo de esa “síntesis” de tradición y futuro que ha sido su familia en la cultura musical cubana, sabe que el arte es fibra de un mismo tejido, un conector de personas y realidades. Desde mediados de 2010, la maquinaria ocupa Pabexpo, uno de los centros expositivos más amplios de la ciudad: producción en serie de sensibilidades y empeños.
“La Fábrica de Arte ―recuerda X― surge después de un documental que realicé, Sin Título, con artistas y gente talentosa que hace arte. Cuando lo estrené, en el teatro Mella, mezclamos en vivo teatro, danza, música, artes plásticas… y me gustó la idea de hacer confluir todas las expresiones en un mismo sitio. Luego, me obsesioné con encontrar un lugar donde hacerlo de forma sistemática. Conocí mucha gente del medio que no conocía, especialmente artistas de la plástica. Han salido cosas muy buenas, a medida que se ha ido incorporando talento a la Fábrica. Así empezó todo y hasta hoy. Ha sido como una válvula”.



¿Crees que el arte, cuando interactúa con el espacio urbano ―como lo ha hecho la Fábrica― también produce ciudad, relaciones sociales?

Por supuesto. Primero, la experiencia de la Fábrica desde el Mella nos demostró que muchas de las personas que habían acudido esa noche habían recibido dosis de teatro, por ejemplo, cuando nunca en sus vidas habían asistido a una puesta. A partir de ahí, muchos comenzaron a relacionarse con esas formas de expresión que les eran ajenas. Y todo eso, de la mano de la música, que fue lo que los atrajo.

En Pabexpo, el lugar donde la Fábrica tiene su espacio, caben cuatro mil personas. En una galería de arte, normalmente, esa cifra no se logra. Ha sido una experiencia provechosa en el sentido de poner en común aquello que los artistas cubanos estamos creando, especialmente los más jóvenes. Quienes van a la Fábrica tienen acceso a los músicos, a los pintores, a los bailarines… es una cultura viva que se está produciendo allí mismo; sin embargo, lo más significativo es que se han logrado relaciones bastante cercanas entre los artistas de diferentes manifestaciones, entre ellos con el público, y entre el público y las obras. Incluso, entre el público mismo.

Justamente, los comentarios de los lectores en medios digitales o las crónicas en blogs suelen referirse a la Fábrica como un espacio para “divertirse” y “verse las caras”…

También. Los jóvenes, muchas veces, para encontrar sitios donde recrearse tienen que pagar bastante dinero y al final puede que no les complazca la propuesta. Por eso, la promoción de la Fábrica suele hacerse en las calles y también en las universidades. Suelen ser personas que comparten inquietudes, y el espacio los conecta. Uno siente que los temas de conversación allí son distintos, como también las formas de actuar y de dialogar con las propuestas artísticas.

¿Por qué conexiones apuesta una experiencia como esta?

Por todas las que se necesitan. Sobre todo, teniendo en cuenta que el público cubano tiene mucha información y no encuentra a veces lugares donde relacionarse, que sean ante todo espacios culturales.

¿La Fábrica es un espacio?

No, la idea de la Fábrica es precisamente que trascienda el espacio. Creo que ha logrado convertirse en un movimiento, en una generación de ideas constante. Hace unos días, por ejemplo, hicimos el Festival Peace and love, que incluso conectó la experiencia nuestra con ese certamen sueco que tanto tiene en común con la Fábrica. Entonces, se trata de una iniciativa que pretende moverse, incluso, por Cuba.


¿Qué resultó de esa experiencia con Peace and love?

Peace and love, en La Habana, no fue nada más novedoso de lo que ya habíamos experimentado. Lo que hicimos fue trasladar la Fábrica a un lugar abierto, con la posibilidad de tener a los músicos de Suecia. Cuando estuve en ese país, precisamente en el Festival, me di cuenta de que se parecía mucho a la Fábrica. No tenían pintores, pero sí escritores que confluían en un sitio, lugares donde se tomaba café y se hablaba de literatura. Era inspirador.

¿Cuál es tu concepto de “recreación”?

¡No tengo uno: no me alcanza el tiempo para eso! [Ríe] A veces escucho frases como “opción alternativa” y otras por el estilo; pero son solo palabras que la gente busca para nombrar propuestas como la Fábrica. Y no es así, necesariamente. Es una válvula, solo una idea de cómo hacer confluir, desde la diversión, el talento que se desborda en este país.

¿Una propuesta como la Fábrica es, por esencia, capitalina?

No, creo que no. De hecho, he conocido lugares en el resto del país donde se ve que hay mucha gente con talento, uniéndose para lograr ideas como esta. Ojalá pudieran extenderse a toda la Isla y hacerse comunes. Ojalá, incluso, pudieran enseñarse al mundo. Experiencias de este tipo, que hacen confluir artistas diversos, pueden ser una manera de compartir la cultura cubana contemporánea con quienes no la viven.

El público reconoce tu música como una feliz combinación de las raíces sonoras cubanas (tus “Ancestros”) con lo más vanguardista del pentagrama universal. Quizá la evidencia más clara sea tu X Moré. ¿Cómo logra eso ser atractivo, sin pecar de comercial?

Mis ancestros son eso, justamente: la fuente de la cual provengo y que no puedo negar, aun si lo quisiera. Lo único que he hecho, lo mismo en mi música que en la Fábrica, es partir de donde soy con la mirada un poco más allá. Estuve tocando en Síntesis, esa escuela musical y de vida diaria que es mi familia; pero siempre vinculado al pálpito de nuestro tiempo, como veo que ocurre en Cuba con la plástica, con el teatro. Eso siempre va a ser atractivo: cuando se hace de verdad, nadie puede negar de dónde viene y dónde se sitúa su contemporaneidad. Ni los artistas ni el público.

¿Es lo que tenían en común todos aquellos artistas que convocaste al primer proyecto de la Fábrica, el documental Sin Título?

Exactamente. Y también que ―pese a cualquier circunstancia que viviera el país― siempre están creando. Más que todo, ese era el hilo conductor de las historias.


Aquella obra coral que presentaste en el Mella, es una especie de tu propia Suite Habana…

Sí, algo así. Como en la de Fernando Pérez, se trata de hacer, no de quejarse de lo que nos falta. ¡Da igual con qué: crea! En el documental, Raúl Martín, el teatrista, no tenía un teatro donde poner sus obras; tenía un espacio casi derruido, abandonado… y mira las maravillas que hace. Cuando sube a escena Teatro de la Luna, uno nota esa magia detrás.

[Silencio] Mi gran sueño es poder hacer muchas fábricas de arte, en lugares distintos, donde las personas puedan ir solas o reunirse en grupos, para hablar de cualquier cosa y vivir el arte. Todo el mundo es artista. Tanto valor tiene un músico como quien se las ingenia para vivir, arreglando cafeteras; el que tiene un restaurante o el que organiza conciertos. Los cubanos tenemos el arte dentro. Ojalá yo pudiera inventar más lugares donde todo eso pueda converger.


¿Tus proyectos suelen concretarse con la misma rapidez con que los piensas?

Trato. Mi lucha es con el tiempo.


Un artista es un francotirador o un clandestino, dijo una vez Marcel Duchamp…

¡Eso está bueno! [Silencio] No creo ser ni uno ni otro… solo un tipo normal, que sueña.

Por Marianela González. La Jiribilla
Fotos: Maribel Amador e Iván Soca

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