miércoles, 27 de abril de 2011
Ana María Matute o el elogio de la Invención
Hoy he disfrutado sobremanera el "discurso" de Ana María Matute al recibir el Premio Cervantes de Literatura. Y entrecomillo "discurso", porque más que una erudita secuencia de palabras, la entrañable escritora nos regaló las remembranzas de una vida inseparable de la literatura, "una vida de papel"; y nos regaló un elogio de la Invención. "El que no inventa no vive", dijo, y sentenció: "la música del mundo, la audible y la interna, esa que llevamos dentro, como un tesoro, nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia, y acaso bondad -el don más raro de este mundo- en una criatura carente de todos esos atributos".
Tan diáfana como sus cuentos, sin artificios, la Matute desgranó lo que para ella es la Literatura, un "faro salvador de muchas de mis tormentas", y confesó su "extrañeza, su entrega total, absoluta", al mundo de las palabras.
Dicen las crónicas que fue un discurso de la ternura. Yo no estaba ahí, pero puedo imaginar su dulce tono mientras rogaba, desde la timidez: "si el algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor creánselas. Creánselas porque me las he inventado". Un hechizo del que muy pocos, si acaso, alguien, puede escapar...
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