miércoles, 21 de mayo de 2014

Fraude



Daynet Rodríguez Sotomayor


Hoy iba a escribir una apología del robo. El asunto era más o menos así: a propósito del hermosísimo tema que cantan a dúo Silvio Rodríguez y Calle 13, Ojos color sol, mis letras celebrarían la bendita piratería. Gracias al pasa-pasa de memoria USB, gracias al youtube y a los que comparten en Facebook, a Cubasí, y hasta a las propias declaraciones de René Pérez, Residente, quien más de una vez ha dicho que le importa poco si la gente compra o piratea sus temas, lo que realmente vale es que los disfruten, muchos desde hace días tuvimos primero el audio y luego el video. Un lujazo... ¡gratis!

Pero sucede que la vida cambia mis palabras: en Cuba las autoridades del Ministerio de Educación acaban de denunciar un fraude en las pruebas de ingreso a la Universidad, que deciden toda una vida profesional, y de paso me muestran otra cara del robo. Porque un fraude, no es más que un robo. Y ya no puede haber apología.

Conozco a una jovencita que acaba de hacer sus pruebas de ingreso. Quiere ser economista, pero podría estudiar cualquier cosa, porque es brillante, talentosa, preocupada. Y desde hace días, apenas duerme. Desde que empezó a correrse "la bola" del fraude en el examen de Matemática, le molestaba la posibilidad de que, después de haberse pasado tantos meses estudiando, otros muchachos de su grupo, de su escuela, menos estudiosos, menos preocupados, se supieran de antemano las respuestas y hasta sacaran mejor nota. La conozco bien y sé que no le gusta perder, pero si hubiera sido en buena lid, lo habría aceptado. ¿¿Pero así??

Otros deben haberse sentido igual de estafados. Por los que robaron el examen y lucraron con eso, por los profesores involucrados, por los padres que lo compraron, por los alumnos que lo aceptaron. Es una cadena de facilismo y de engaños. De mentirosos que no aprueban el examen de ética. Nuestro sistema de educación, el que la Revolución lleva años empeñada en sostener y mejorar, es mucho más que estos hechos, aislados, locales, pero debemos ser lo suficientemente enérgicos para que no se repitan. ¿Lo somos? ¿Estamos claros que cada fraude deja una herida abierta? ¿Vamos, verdaderamente, a la raíz de los problemas? Espero que sí.

En casa le decimos a esa jovencita que tras el fraude, nada mejor que la denuncia, la verdad revolucionaria. Y que repetir el examen es lo más lógico. A ella, con toda justicia, la vida le da una segunda oportunidad, ¿la tendremos siempre nosotros, la de equivocarnos y volver a empezar?

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