lunes, 19 de mayo de 2014
Unipersonales: el riesgo de la cuerda floja
Daynet Rodríguez Sotomayor
Hay una línea muy delgada entre el arte y la falsedad. Y el artista, en continuo malabar, camina por la cuerda floja. Intentando convencer, y vencer nuestra resistencia al hechizo. Ya sea frente o detrás de las cámaras, ante el lienzo, en la ejecución de una partitura... El arte siempre es una construcción, una invención, eso es cierto, pero la falta de autenticidad es la frontera entre la ilusión y la mentira. Y en el teatro, el riesgo es mayor. Con un mínimo gesto, una palabra excesivamente dicha, puede pasarse de la verosimilitud a la histeria. Y nosotros, aunque seamos espectadores poco entrenados si se quiere, podemos sentirlo. ¿Lo sentirá el actor? Por eso es tan valiente el trabajo teatral; más si son unipersonales. Porque entonces el actor se queda solo, sin más defensa que su cuerpo, su voz, su talento... Puede que lo acompañen algunos detalles del escenario: una vela, una tela de encaje, una silla de ruedas, un crucifijo, la música por momentos. Pero en definitiva, ahí arriba, lo reitero, se está muy solo. En todas esas cosas pensé mientras veía dos puestas del Mayo Teatral. Memorial de silencios y margaritas (Colectivo Teatral da Margem), espectáculo unipersonal de Narciso Telles, aborda con sus agonías y sus silencios la estremecedora época de la dictadura en Brasil. Se tejió con los textos de Eduardo Galeano, y como el mismo autor lo explica al final de obra, a partir de las entrevistas a los sobrevivientes de las torturas, y de las voces de los torturadores. Una teme perderse tras la barrera idiomática, no entender cada una de las palabras, pero el drama tiene referentes tan poderosos en la cultura y la historia del continente, que es imposible no hacerse una idea del sufrimiento del personaje y de los miles que representa. El actor conmueve, pero no con demasiadas estridencias. Mezcla recuerdos, humor y dolor, pero sin dejar espacios a la lástima. En el aire quedan, más bien, la rabia y el coraje de la sobrevivencia. Y la certeza de que, después de todo, no puede haber olvido. Mientras, Roxana Pineda con su Estudio Teatral de Santa Clara, trae el unipersonal Hojas de Papel volando. Una puesta construida a partir de los poemas de Patricia Ariza, fundadora del prestigioso grupo colombiano La Candelaria, como un homenaje de mujer a mujer, de teatrista a teatrista. Auxialiada por escasos recursos escenográficos y un vestuario -sobretodo, chaleco antibalas- que poco a poco se va desgajando, como corazas que al fin caen, Pineda recorre los sueños y las aspiraciones, las heridas y los miedos de todas las mujeres que en ella quieran verse. Se agradece sobremanera la música, "de María Callas a boleros cubanos, de canciones latinoamericanas a remembranzas musicales clásicas", para componer un drama que no es solo el de la Colombia violenta de Ariza. Por momentos, la adaptación deja ver falta de nervio, de organicidad, algo queda flojo y yo no sabría explicar exactamente qué es, pero Roxana se entrega sin límites a un personaje que exige como un pequeño torbellino, y el resultado es meritorio. Dos valientes, ya lo dije. Mayo Teatral sigue convidando: a pulsar la escena latinoamericana, a disfrutar un arte a contracorriente de las grandes audiencias y de la cuerda floja de la falsedad; un arte que, después de todo, sigue haciéndose casi para la intimidad.
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