lunes, 16 de noviembre de 2009
Roma y Copenhague: donde se diluyen las "esperanzas del Milenio"
Por Daynet Rodríguez Sotomayor
Roma y Copenhague son hoy el símbolo de la desilusión.
La Ciudad Eterna, sede de la más reciente Cumbre de la FAO, ha visto cómo una vez más se pospone la solución de un sagrado objetivo del Milenio: erradicar el hambre y asegurar la tranquilidad alimentaria.
Más de 1.020 millones de personas sufren la escasez de alimentos en el mundo, según cifras del 2009, pero el número no parece ser un argumento demasiado convincente para las naciones más ricas, cuando se trata de aflojar los bolsillos. Porque aportar los fondos necesarios, básicamente, es lo que podría frenar en algo la situación.
Pero esa resistencia no es desconocida. En el 2008, por ejemplo, se comprometieron a donar 22 mil millones dólares para ayuda alimentaria, y apenas entregaron dos mil millones.
Esta vez, el desprecio por el resto de la comunidad internacional signó el encuentro, con la ausencia de los principales líderes de las naciones más desarrolladas, en un reflejo de la falta de compromiso y de voluntad política.
Por eso es pasmoso el texto de la declaración final de la Cumbre de Roma cuando expresa: "nos comprometemos (...) para que deje inmediatamente de aumentar --y se reduzca considerablemente-- el número de personas que sufren a causa del hambre, la malnutrición y la inseguridad alimentaria".
Y la burla se torna demasiado cruel cuando asegura que "nos alarma que las personas aquejadas por el hambre y la pobreza sean ahora más de 1.000 millones y que esta situación constituye una lacra inaceptable". ¿A quién alarma?
Otros, por suerte, lo han dicho bien claro: "Así como el mundo fue capaz de gastar trillones de dólares para evitar el desplome económico, ahora es necesario un esfuerzo similar para evitar un desplome social", solicitó la presidenta chilena Michelle Bachelet.
Mientras, el mandatario brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, pidió "voluntad y determinación política" para combatir el hambre en el mundo.
Un poco más al norte, en Copenhague, se vislumbra la otra gran decepción. Ya casi nadie espera que se alcance un acuerdo sobre el Cambio Climático para la Cumbre que se realizará en la capital danesa el próximo diciembre.
Las reuniones previas no han pasado de la retórica y de la resistencia de los países más industrializados a reducir las emisiones de gases contaminantes, un forcejeo que me hace recordar esa frase irónica de Fidel en una Reflexión: "es como si estuvieran discutiendo quién se va a morir primero". Porque si bien los pequeños estados insulares podrían ser los primeros en sufrir los efectos de una subida del nivel de los mares - uno de los más inminentes efectos del cambio climático- icónicas urbes como Amsterdam o Nueva York, serían las siguientes en la lista de la catástrofe.
Hoy el periodista Luis Luque comentaba en Juventud Rebelde, la posición asumida por la Unión Europea: en el pasado Consejo todo los Estados miembros convinieron en que harán falta unos 50 000 millones de euros anuales de aquí a 2020 para ayudar a los países subdesarrollados. Pero, en la concreta, ¿en qué quedó la cosa? Pues en afirmar que «la UE y sus Estados miembros están dispuestos a asumir la parte equitativa que les corresponda de la financiación pública internacional total».
Y en EE.UU., el mayor responsable de las emisiones a nivel mundial, los expertos valoran que el impulso que adquirió en las últimas semanas la iniciativa legislativa para combatir el cambio climático al interior del país -otra vez la vista corta- no alcanzará para conformar un marco legal antes de la conferencia de la ONU.
En Copenhague se esperaba adoptar un Acuerdo que reemplazara al Protocolo de Kyoto, firmado en 1997 y que expira en 2012. Pero si este predecesor fue incumplido durante años e incluso, los propios EE.UU. jamás lo reconocieron, ¿qué puede esperarse ahora?
El dinero y la voluntad política sobraron para salvar a los bancos y a los grandes malhechores de la economía mundial; el dinero y la voluntad política es lo que hace falta ahora para salvar la vida. Y también; un mínimo de solidaridad.
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