En nuestros patios isleños, cuando lo que hace y habla cierta gente no se entiende, se considera ilógico y se estima contraproducente. Solemos preguntarnos si el individuo en cuestión es loco o sinvergüenza.
Todo buen criollo no puede dejar de asumir esas interrogantes cuando le llegan, con ruido de coletazo, ciertas declaraciones, posiciones y actitudes de ilustres mandatarios, estadistas y figuras políticas de no menos "conspicuas" potencias.
Todo buen criollo no puede dejar de asumir esas interrogantes cuando le llegan, con ruido de coletazo, ciertas declaraciones, posiciones y actitudes de ilustres mandatarios, estadistas y figuras políticas de no menos "conspicuas" potencias.
Ignorantes no son. Tampoco, digamos, vale pensar que simplemente no se interesan en temas como el hambre global, porque con el tintinear de una campanilla sus mesas se llenan de manjares.
O que no reparan en el cambio climático porque sus oficinas y hogares están herméticamente climatizados.
Todo indica que se trata de un asunto de concepción de la realidad, de visión del mundo y sus problemas, de intereses de castas sobrepuestos a los generales, a los mayoritarios. Lo lamentable resulta que esa carga es tan lastrante y cegadora como no saber leer y escribir.
Porque tranquilidad y estabilidad, esas que se proclaman en tantos discursos, no pueden existir en un planeta donde, en medio de continuos planes y compromisos para mejorar la existencia humana, el número de hambreados pasa en unos pocos años de la horrorosa cifra de 800 millones, a la tragedia de mil millones de personas que no tienen nada para llevarse a la boca. Cuál lógica apoya el hecho, y seguimos sumando dudas, de que ninguno de los poderosos del orbe se digne siquiera a sentarse en una butaca pública para debatir el asunto en un cónclave global dedicado a tan sensible drama humanitario.
Indaguemos que sentido lógico supone que desde 1992, en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, hasta la fecha, los grandes países contaminadores de la atmósfera, y por tanto impulsores claves del calentamiento global, no reduzcan siquiera mínimamente sus nocivas emisiones para evitar mayores desastres ecológicos y climáticos de los que ya vivimos.
La Cumbre de Copenhague, de la que se creía surgiría el sustituto ampliado del controvertido Protocolo de Kyoto, ya no arrojará ningún resultado según las voces de quienes no han firmado ninguno de los documentos en cuestión y siguen llenando de tóxicos el aire, los suelos y el agua. Como no se trata de ignorantes, saben sobradamente de que las riquezas y el oropel de sus clases dominantes no les resguardarán de las altas temperaturas, las inundaciones, la desertificación, la falta de agua potable, el enrarecimiento de la atmósfera y cuanto síntoma de estos tiempos nos indican la muerte sin remedio del planeta.
Con ella, por supuesto, todo lo que existe sobre su superficie, empezando por nuestra propia especie, algunos de cuyos exponentes, con altísimos, influyentes y hasta decisivos cargos, parecen hacer gala de menos materia gris que el más elemental de los seres vivos.
Buen articulo, explicito y didactico.
ResponderEliminarUn Saludo