lunes, 23 de junio de 2014

Mentes colonizadas o el excesivo llanto por el tiqui-taca


Daynet Rodríguez Sotomayor


En días recientes, en medio de la noticia de la abdicación en España de Juan Carlos, alguien intentaba convencerme sobre la pertinencia de la transición en Felipe, el príncipe heredero ya ahora coronado: que "estaba suficientemente preparado", militar y políticamente, que era un gran activista de los deportes, un experto en relaciones exteriores.

Esa misma persona, cuando el equipo español de fútbol perdía su segundo partido frente a Chile y, como tantas veces, los medios estaban ahí para el "entierro" y transmitían las declaraciones compungidas de Iker Casillas, pidiendo perdón a sus conciudadanos por la derrota; esa misma persona, casi emocionada, decía que esos sí eran deportistas con ética y con vergüenza. Y que no era momento para preguntas incómodas ni show mediático.

El intento por justificar la aberración que significa la existencia de un Rey en pleno siglo XXI, era hasta cierto punto, comprensible. A fin de cuentas, X, llamémosle así, estaba repitiendo los mismos argumentos que día a día han escrito y televisado los medios españoles y otros, todos a coro en su construcción de un gran pacto nacional que intenta legitimar este traspaso hacia la nada, como lo denunció en declaraciones publicadas aquí en Mundo en Crisis la politóloga española Ángeles Diez.

Pero resulta que X no logra encontrar jamás un argumento a favor de nuestra sui generis democracia, y le parece que nuestros periodistas siempre son incapaces de hacer las preguntas incómodas y que no arman el suficiente show mediático, y exige para nuestros deportistas el mismo acto de contricción hipócrita para demostrar su ética y vergüenza.

Entonces, X se me vuelve ejemplar de una tendencia cada vez más creciente en quienes me rodean, lo mismo en comentaristas deportivos que hoy lloran excesivamente la despedida del tiqui-taca español del Mundial, que en cualquier vecino de barrio: la defensa a ultranza de la superioridad de todo lo "de afuera" -como acuñó aquel famoso espacio humortístico-, una aceptación casi tácita que pudiera pensarse es solo resultado per se de nuestra condición de insularidad y del ansia por conocer otros "mundos", o de una reconolización española.

Pero esto trasciende gustos y simpatías, lo meramente deportivo o bilateral. Las preferencias por el equipo español, en resumen las preferencias por el Real Madrid o el Barza, en mi criterio, son solo la punta del iceberg de un todo: tras 50 años de intentar un camino alternativo, diferente, no hemos podido o no hemos sabido dinamitar la colonización de las mentes, y muchos menos construir una contracultura a la hegemonía.

Películas, seriales, paquetes, los grandes medios y también la Tv cubana, nos venden un mito de bienestar centrado en el consumismo, y nos venden los ídolos construidos en otra parte por sobre los nuestros. Un modelo que no es, por supuesto el que defendemos, o el que aspiramos a construir en Cuba.

De ahí que es "afuera" donde está todo lo bueno. Pero el afuera del que hablo no es esa frontera física que la globalización ya dislocó. Afuera o adentro son, ni más ni menos, las fronteras ideológicas. En la esquina de L y 21 hay un restaurante privado, de nuevo tipo, con un sugerente título: Metrópolis. Dos grandes gigantografías reciben a los comensales, dos construcciones neoyorquinas, dos iconos del poder imperial: uno el edificio de la Chrysler, el otro el Empire State Building. Es paradigmático. Aún cuando metropólis tiene otras acepciones y aquí incluso puede estar puesto solo en función del mercado, no se trata de cualquier ciudad sino del corazón cultural, económico, financiero del capitalismo mundial. ¿Por qué no se escogió otro? La elección, revela otra señal de ese espíritu de neocolonia que no hemos podido desterrar.

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