Por Néstor Núñez
Es cierto que no se puede responsabilizar a alguien con oprimir el conmutador que genera un cataclismo natural. Nadie posee la llamada llave de los rayos y los truenos. Pero lo que si se puede colegir es porque muchas sociedades son absolutamente vulnerables frente a tragedias de ese origen.
Y Haití, asolado este enero por un violento terremoto cuyas víctimas son incontables, es de esas naciones cuya gran desgracia es haber sido víctima histórica de las apetencias de las grandes metrópolis.
Fue ese territorio el escenario de una heroica rebelión de esclavos que en 1803 lo convirtió en el primer país independiente de América Latina y el Caribe, y que, pese al aislamiento y a las agresiones a las cuales se vio sometida por las potencias de la época, no dejó de cumplir su deber de apoyo directo, con armas y hombres, a la gesta de sus hermanos de América del Sur contra el coloniaje español.
No obstante, las circunstancias objetivas y subjetivas impusieron a la larga a Haití asfixiantes lazos de dependencia, primero con Europa, y luego con los Estados Unidos, la pujante nación depredadora del Norte, cuya inicial batalla consistió en expulsar y sustituir a los poderes del Viejo Continente en este hemisferio, su proclamada tierra prometida.
En 1915 los EE.UU. invadieron militarmente a Haití con el pretexto de cobrar los adeudos del empobrecido territorio caribeño con el City Bank, e implantar la derogación del decreto local prohibiendo el traspaso de tierras nacionales a los extranjeros para el fomento de plantaciones.
La salida de las fuerzas extranjeras no se produciría hasta 1934, casi dos décadas después, y al partir Washington dejaba una adocenada estructura política y económica donde la inestabilidad, el fraude, los regímenes violentos, y la pobreza generalizada se constituyeron en pivotes esenciales.
Haití viviría entre 1957 y l986 bajo los sucesivos regímenes de Francoise Duvalier, y de su hijo y sucesor Jean Claude Duvalier, ambos eficaces matarifes y celosos guardianes de los intereses norteamericanos en la devastada nación.
De aquellos tiempos datan los grupos de matones oficiales denominados Tonton Macoutes, responsables de no menos de 150 mil asesinatos y desapariciones solo bajo la dictadura del aventajado heredero Baby Duvalier.
Desde entonces la carencia de estabilidad interna y el reforzamiento de la injerencia externa se mantuvieron como una constante. Uno de los episodios políticos contemporáneos mas sonados fue la victoria electoral de Jean Bertrand Aristide en 1991, su deposición por el general golpista Raoul Cedras, y su retorno al gobierno tres años después en medio de otra ocupación militar estadounidense que secuestró toda la documentación relativa a la complicidad de la Casa Blanca con los miles de asesinatos cometidos por el régimen castrense. En el 2004 Aristide sería forzado por Washington a dejar el gobierno definitivamente. Un régimen de facto organizaría elecciones con el propósito de legitimar lo ocurrido.
La asunción a la presidencia años más tarde del actual mandatario René Preval abrió una esperanza para el país, aunque el peso de la herencia expoliadora es tan brutal que las soluciones no podrían darse nunca de la noche a la mañana.
Haití era antes del terremoto un territorio con unos 10 millones de habitantes, 70 por ciento de los cuales eran pobres y carecen de medios estables de subsistencia. La mortalidad infantil rondaba las 80 defunciones por cada mil nacidos vivos, y la esperanza de existencia de apenas 50 años.
La estructura económica, dicen expertos, estaba destruida en casi 60 por ciento antes del sismo de este enero, y la mayoría del presupuesto proviene de la ayuda internacional y de las remesas de los emigrantes que fueron a otros países en busca de trabajo.
La deforestación alcanza casi la totalidad de la Isla, y la mayoritaria población rural no posee tierras. Los incentivos o posibilidades de explotarlas con eficacia son escasos. Las políticas neoliberales llegadas desde los Estados Unidos en las últimas décadas descoyuntaron la capacidad productiva nacional.
De manera que si bien el movimiento telúrico no tiene un promotor, la carencia de posibilidades de enfrentar con eficacia una tragedia de semejante magnitud si posee un nombre muy claro y definido: explotación e injerencismo imperiales.
Es cierto que no se puede responsabilizar a alguien con oprimir el conmutador que genera un cataclismo natural. Nadie posee la llamada llave de los rayos y los truenos. Pero lo que si se puede colegir es porque muchas sociedades son absolutamente vulnerables frente a tragedias de ese origen.
Y Haití, asolado este enero por un violento terremoto cuyas víctimas son incontables, es de esas naciones cuya gran desgracia es haber sido víctima histórica de las apetencias de las grandes metrópolis.
Fue ese territorio el escenario de una heroica rebelión de esclavos que en 1803 lo convirtió en el primer país independiente de América Latina y el Caribe, y que, pese al aislamiento y a las agresiones a las cuales se vio sometida por las potencias de la época, no dejó de cumplir su deber de apoyo directo, con armas y hombres, a la gesta de sus hermanos de América del Sur contra el coloniaje español.
No obstante, las circunstancias objetivas y subjetivas impusieron a la larga a Haití asfixiantes lazos de dependencia, primero con Europa, y luego con los Estados Unidos, la pujante nación depredadora del Norte, cuya inicial batalla consistió en expulsar y sustituir a los poderes del Viejo Continente en este hemisferio, su proclamada tierra prometida.
En 1915 los EE.UU. invadieron militarmente a Haití con el pretexto de cobrar los adeudos del empobrecido territorio caribeño con el City Bank, e implantar la derogación del decreto local prohibiendo el traspaso de tierras nacionales a los extranjeros para el fomento de plantaciones.
La salida de las fuerzas extranjeras no se produciría hasta 1934, casi dos décadas después, y al partir Washington dejaba una adocenada estructura política y económica donde la inestabilidad, el fraude, los regímenes violentos, y la pobreza generalizada se constituyeron en pivotes esenciales.
Haití viviría entre 1957 y l986 bajo los sucesivos regímenes de Francoise Duvalier, y de su hijo y sucesor Jean Claude Duvalier, ambos eficaces matarifes y celosos guardianes de los intereses norteamericanos en la devastada nación.
De aquellos tiempos datan los grupos de matones oficiales denominados Tonton Macoutes, responsables de no menos de 150 mil asesinatos y desapariciones solo bajo la dictadura del aventajado heredero Baby Duvalier.
Desde entonces la carencia de estabilidad interna y el reforzamiento de la injerencia externa se mantuvieron como una constante. Uno de los episodios políticos contemporáneos mas sonados fue la victoria electoral de Jean Bertrand Aristide en 1991, su deposición por el general golpista Raoul Cedras, y su retorno al gobierno tres años después en medio de otra ocupación militar estadounidense que secuestró toda la documentación relativa a la complicidad de la Casa Blanca con los miles de asesinatos cometidos por el régimen castrense. En el 2004 Aristide sería forzado por Washington a dejar el gobierno definitivamente. Un régimen de facto organizaría elecciones con el propósito de legitimar lo ocurrido.
La asunción a la presidencia años más tarde del actual mandatario René Preval abrió una esperanza para el país, aunque el peso de la herencia expoliadora es tan brutal que las soluciones no podrían darse nunca de la noche a la mañana.
Haití era antes del terremoto un territorio con unos 10 millones de habitantes, 70 por ciento de los cuales eran pobres y carecen de medios estables de subsistencia. La mortalidad infantil rondaba las 80 defunciones por cada mil nacidos vivos, y la esperanza de existencia de apenas 50 años.
La estructura económica, dicen expertos, estaba destruida en casi 60 por ciento antes del sismo de este enero, y la mayoría del presupuesto proviene de la ayuda internacional y de las remesas de los emigrantes que fueron a otros países en busca de trabajo.
La deforestación alcanza casi la totalidad de la Isla, y la mayoritaria población rural no posee tierras. Los incentivos o posibilidades de explotarlas con eficacia son escasos. Las políticas neoliberales llegadas desde los Estados Unidos en las últimas décadas descoyuntaron la capacidad productiva nacional.
De manera que si bien el movimiento telúrico no tiene un promotor, la carencia de posibilidades de enfrentar con eficacia una tragedia de semejante magnitud si posee un nombre muy claro y definido: explotación e injerencismo imperiales.
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