lunes, 16 de enero de 2012

Galeano en Cuba: Gracias, pues, mil gracias, por ese alimento de vitamina d, “d” de dignidad


Palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano en la inauguración de la 53 edición del Premio Casa de las Américas, este lunes 16 de enero en la sala Che Guevara.

Fe de erratas. Donde dice: 12 de octubre de 1492, debe decir: 28 de abril de 1959.

En ese día de abril fue fundada, en Cuba, la Casa que más nos ha ayudado a descubrir América y las muchas Américas que América contiene.

La otra fecha, la de octubre, rinde homenaje a sus presuntos descubridores, esos que la historia oficial aplaude, pero ellos fueron más encubridores que descubridores: iniciaron el saqueo colonial mintiendo la realidad americana y negando su deslumbrante diversidad y sus más hondas raíces.

En cambio, la Casa de las Américas, nacida de la Revolución cubana, lleva más de medio siglo ayudándonos a vernos con nuestros propios ojos, desde abajo y desde adentro, y no con las miradas que desde arriba y desde afuera nos han humillado desde siempre.

Esta Casa es mi casa, la casa nuestra. Y porque así la siento, y así la sé, he sido y seguiré siendo su siempre amigo, de acuerdo con aquella definición de la amistad que nos legara Carlos Fonseca Amador, el fundador del Frente Sandinista: “El verdadero amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda”.

Pero a veces no viene mal elogiar de frente, cuando no es por deber de cortesía, ni por hipócrita adulación, ni por miedo a la verdad.

Y entonces uno puede decir, pongamos por caso: gracias, gracias mil a la Casa de las Américas, por todo lo que ha hecho y hace para la revelación de nuestras energías creadoras, mil veces asesinadas y mil veces resucitadas. Y gracias, gracias mil, porque esas porfiadas voces renacidas, que nos hablan desde el pasado más remoto y desde el más cercano presente, han encontrado en la Casa un espacio de encuentro y una caja de resonancia que hasta entonces no existían.

Gracias, pues, mil gracias, por ese alimento de vitamina d, “d” de dignidad, que tanto nos ayuda a creer que el deber de obediencia, impuesto por los poderosos del mundo es, puede ser nuestra penitencia pero no es, ni puede ser nuestro destino.

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