sábado, 7 de agosto de 2010
El belicismo del premio Nobel de la Paz
Muchas esperanzas fueron depositadas en Barack Obama por millones de personas en el mundo entero. Ingenuamente se consideró que en su presidencia, Estados Unidos podría tomar un rumbo distinto en temas cruciales de política interior y exterior que afectan a los estadunidenses y a numerosos pueblos a escala planetaria.
Particularmente, se creyó que la ocupación neocolonial estadunidense de Irak y Afganistán podría llegar a su fin y que esas cruentas guerras terminarían. Que serían clausuradas las prisiones que Estados Unidos mantiene en territorios ajenos, en sus buques y bases militares, y que los presos recluidos en ellas en condiciones infrahumanas, sin juicios, sometidos a tratos degradantes y torturas, serían liberados, o al menos, sujetos a los debidos procesos dentro del marco jurídico de sus leyes y de las que imperan en el ámbito internacional.
En América Latina, con el primer presidente afroamericano, terminaría el criminal bloqueo a Cuba, no se apoyaría ningún golpe de Estado, como el de Honduras, y una nueva época se abriría en las conflictivas relaciones entre Estados Unidos y los gobiernos progresistas latinoamericanos.
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