Por Yinett Polanco
Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven,Ciegos que, viendo, no ven
Ensayo sobre la ceguera
En 1992 cuando Saramago vino a Cuba por primera vez aún no había recibido el Premio Nobel, pero sí había escrito ya muchos de los libros por los cuales es hoy recordado en el mundo.
Fue la Casa de las Américas quien lo invitó a participar como jurado de su Premio literario en la categoría de Literatura brasileña. Todavía no era muy conocido por el público cubano, pero cuando regresó en 1999, un año después del suceso de Estocolmo, ya muchos en la Isla andaban adentrados en las páginas de Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera y algunos otros títulos que corrían de mano en mano porque aún no se editaban sus obras acá.
El taller Cultura y Revolución: a cuarenta años de 1959, nuevamente bajo la advocación de Casa, le servía entonces como pretexto para el regreso. Sus palabras iniciaron el evento y allí también se encontró con Fidel. Probablemente por haber sido hijo y nieto de campesinos y desempeñado muchos de los oficios del mundo ―cerrajero, mecánico, editor y periodista, director adjunto del Diario de Noticias de Lisboa…― tuvo siempre una sensibilidad y un compromiso a favor de las causas de los humildes y las minorías. Urgido por la defensa de estas causas afirmaría en Casa de las Américas en su última visita en el 2005 que “la historia se escribe desde el punto de vista de los vencedores, los vencidos nunca han escrito la historia. Se escribe, fatalmente, desde un punto de vista masculino. La humanidad contada por una mujer o un equipo de mujeres sería totalmente distinta porque el punto de vista es totalmente otro”.
Afiliado al Partido Comunista Portugués en 1969, cuando aún era clandestino, militó siempre desde la izquierda, tan propia y convencida que no dudó nunca en señalar aquello que a su juicio fuesen injusticias, aun a sus propios amigos. Los cubanos lo sabemos bien. Algunas declaraciones suyas a propósito de una feroz campaña desatada contra la Isla en 2003 fueron amplificadas y reproducidas por los grandes medios que casi nunca le daban voz para sus otras críticas. Saramago regresó a Cuba en 2005, lo invitaba el Ministerio de Cultura y fue recibido, nuevamente, por Fidel. En el Palacio del Segundo Cabo, entonces sede del Instituto Cubano del Libro, presentaría la edición cubana de El Evangelio según Jesucristo. Una larga fila de sus lectores lo esperaba para que les autografiara sus volúmenes.
También en aquella ocasión el escritor portugués compartió con varios intelectuales, músicos y artistas de la plástica cubana, visitó el Centro de Estudios Literarios Onelio Jorge Cardoso, la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) y la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM). Al Premio Nobel le llegaron muy de cerca los recorridos por los dos planteles: la ELAM porque había allí, “no solo estudiantes de esta región del mundo, sino también de África y aun de EE.UU.”; y la UCI porque decía que en una universidad de este tipo normalmente se privilegiaba la tecnología, no aparecían los seres humanos, y allí los estudiantes le contaban cómo cuidaban a los pacientes que llegaban con catarata o retinosis. Y reflexionaba: “Estas cosas tocan directamente al corazón de uno. Que eso ocurra es maravilloso”.
Saramago se había negado hace muchos años a recibir premios y distinciones en los EE.UU., pero esa postura de principios siempre fue silenciada por los grandes medios. “La fisonomía fascista de EE.UU. hoy es bastante completa. Lo que antes sería objetivo más o menos disfrazado hoy está ahí con toda claridad y toda rotundidad”, afirmaba hace seis años en entrevista con la periodista cubana Rosa Miriam Elizalde. Aunque el tiempo no le alcanzó para regresar una vez más a Cuba, su relación con la Isla continuó siendo cercana. En diciembre de 2008 enviaba para el evento “La Declaración Universal de los Derechos Humanos, 60 años después” un mensaje en el cual afirmaba: “Los derechos humanos están muertos en el mundo entero, todo está muerto en el mundo entero. Por lo menos en Cuba nunca nada está muerto”.
La Jiribilla
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