Por Daynet Rodríguez Sotomayor
Murió Bonachea, uno de los pintores nuestros que más admiro, dentro y fuera de sus lienzos, y siento que a la paleta de Cuba le faltan colores. Los más vivos: verdes, azules intensos, rojos y amarillos, sinónimos de su alegría, de su sonrisa… y muchos personajes que se me antojan salidos de los cuentos de Feijóo, lagartos, lechuzas, pavorreales, contenedores del misterio, imágenes oníricas y muchas veces indefinibles en sus cuadros, ahora están de luto. Parecía que el apagón que sufrimos en los últimos días en buena parte de La Habana, y que no me dejó enterarme rápido de la noticia, fuera un signo de la tristeza de la cultura cubana. Yo lo conocí, en su estudio, en la planta alta de su casa, donde me recibió hace ya unos años para una entrevista. Recuerdo que oía Habana Abierta, y que concentraba todo el caos de la creación en el último cuarto del local. En otra habitación montamos el improvisado set de grabación. Quería que me hablara de su obra, claro está, y de una exposición conjunta con Rancaño en una feria europea, allá por el 2004 o 2005. Bonachea, bromista, conversador; Rancaño, callado, recogido, pero que se sumaba a la conversación de la mano de su amigo. Todo el que ha entrevistado a Rancaño sabe lo difícil que es sacarle las palabras!! Y a mí, casi recién graduada, me sucedió entonces una de las peores cosas que pueden pasarnos en este oficio. Cuando terminamos y comprobamos el sonido, yo había dejado el micrófono cerrado y teníamos una película muda. Con la disyuntiva de la pena o la entrevista, opté por la sinceridad y les pedí nuevamente sus opiniones. Ambos se rieron muchísimo y me animaron. Me acuerdo especialmente de Bonachea, que me dijo: nosotros tan nerviosos… y tú solo estabas ensayando!!! Si lo hubieras dicho!!! Y muy dispuestos los dos comenzaron de nuevo a responderme las preguntas.
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