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miércoles, 3 de junio de 2015

VII Cumbre de las Américas en Panamá: una mirada desde la historia y el presente de las Relaciones Interamericanas


Por Daynet Rodriguez Sotomayor

Entre los días 9 y 11 el pasado mes de abril tuvo lugar en Panamá la VII Cumbre de las Américas. El cónclave había generado numerosas expectativas desde que el gobierno del Istmo cursara la invitación oficial a Cuba, el gran excluido por Estados Unidos en  las citas. Y cuando por fin desde La Habana se aseguró la asistencia del presidente cubano y luego Raúl Castro pisó suelo panameño y se produjo el encuentro oficial y la esperada foto con su par estadounidense Barack Obama, la euforia se apoderó de los despachos noticiosos. Por primera vez en la historia de estos encuentros, se juntaban en el mismo salón todos los países de la región y, coincidían cara a cara, los líderes de ambas naciones –Cuba y EE.UU.- en conflicto. Algunas de las primeras interpretaciones del momento afirmaban que “con el apretón de manos, el siglo XX americano moría finalmente y se abría una nueva etapa en las relaciones interamericanas” (1), mientras que otros, en un exceso de optimismo, aseguraban: “se cumplió el sueño de Simón Bolívar” (2). El presente trabajo intentará contextualizar la VII Cumbre en el devenir de las relaciones interamericanas, marcadas por la contraposición entre los proyectos de dominación y hegemonía tradicionales de Estados Unidos para la región, y el proyecto latinoamericanista, aún por concretar, de Bolívar y José Martí. Además, se tratará de exponer, en un análisis que no pretendemos agotar, los resultados de la Cumbre para el futuro de las relaciones en el continente.

Las Cumbres de las Américas: un poco de historia

A comienzos de 1994, el presidente William Clinton convocó a la celebración de la Primera Cumbre de las Américas con el propósito de “concertar intereses y políticas entre todos los gobiernos democráticamente electos del continente”, así como “fortalecer la defensa colectiva de la democracia, luchar contra el comercio de las drogas, liberalizar el comercio y la inversión y promover el desarrollo sostenible” (3).

Nacía así una nueva iniciativa que puede incluirse dentro de la larga lista de esfuerzos de instrumentación del Panamericanismo, elaborado para la región por las clases dominantes estadounidenses a fines del siglo XIX, y reactivado a su conveniencia en cada período. Dicho proyecto encuentra su basamento ideológico inicial en la Doctrina Monroe: la idea de una América para los americanos, es decir para los Estados Unidos, ha sido desde entonces central en la relación de la gran potencia con las naciones al sur del Río Bravo. Los verdaderos propósitos con respecto a la América hispana ya habían sido perfilados por los padres fundadores de los Estados Unidos, quienes siempre concibieron la región como un espacio natural de su influencia y beneficio, como su patio trasero. Si bien el proyecto panamericano se presentó desde un inicio como una cooperación y unidad entre los países del continente americano y Estados Unidos, fue en realidad un plan para sentar las bases hegemónicas. Bajo la bandera del Panamericanismo y las doctrinas correspondientes en cada período, desde el Buen Vecino hasta la Alianza para el Progreso, por poner dos ejemplos, América Latina ha visto acentuarse cada vez más la dependencia estructural, económica, política y militar a su poderoso vecino del Norte, que aseguró su hegemonía-dominación a través de todos los instrumentos posibles: desde el robo de territorios o el intervencionismo a sangre y fuego, hasta los métodos más sutiles.

Las Cumbres de las Américas surgían también en un contexto especialmente favorable para Estados Unidos: tras el derrumbe de la Unión Soviética y la desaparición del contrapeso de poder en el sistema internacional, ese proyecto hegemónico que desde siempre han diseñado las clases dominantes estadounidenses encontró las condiciones para su circunstancial realización. Se verificó entonces un breve período de mundo unipolar, dominado por dicha potencia.

Esa posición de privilegio también tuvo su expresión en las relaciones interamericanas: EE.UU. arreció los intentos de asfixiar y aislar a Cuba con la aprobación por parte del Congreso y la Casa Blanca de la llamada “Enmienda Torricelli” que desde entonces le da un carácter extraterritorial al bloqueo económico, comercial y financiero. De ahí que la Cumbre de Miami arrancó con la exclusión de Cuba, “pese a las demandas de algunos gobiernos latinoamericanos y caribeños– a causa de la fortalecida estrategia contra la Revolución Cubana que seguía desplegando el establishment de la política exterior y la seguridad, así como los sectores más reaccionarios de la mal llamada “comunidad cubana” radicada en EE.UU.” (4)

Como recuerdan los profesores Luis Suárez Salazar y Tania García Lorenzo, en su discurso en esa cita, William Clinton anunció su disposición a iniciar negociaciones hemisféricas conducentes a la suscripción del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), asunto que –con la anuencia unánime de los mandatarios participantes– fue incluido en su declaración final y en el voluminoso plan de acción aprobado por esa cumbre (5).