Por Jorge Legañoa Alonso
Manuel Zelaya 'el legítimo presidente de Honduras', sonríe tranquilamente y le habla a su pueblo. Argumenta, moviliza, da ánimo, invoca a Dios y a todos los que llevan días protestando en las calles, aún cuando la represión se acrecienta. Con su aspecto de llanero bonachón, no ha dejado de sonreír ni un minuto desde que el pasado domingo 28 de junio la fuerza bruta de la oligarquía centroamericana secuestró la democracia hondureña.
Y hablo de la sonrisa como aglutinador de la tranquilidad, la esperanza, la paz, el saberse respaldado por su pueblo y el mundo; el tener de su lado la justicia y la razón. Es que Mel, como sus coterráneo le llaman en las calles agitadas de Tegucigalpa, ha sabido estar a la altura de su tiempo desde que fue dejado en piyamas en la pista del aeropuerto internacional de Costa Rica hace una semana.
¡Queremos a Mel!, ¡Queremos a Mel!.... una y otra vez el pueblo lo reclama. Y esos gritos no han caído en un pozo ciego. Desde el propio Costa Rica aseguraba legitimidad como presidente de Honduras y que su lugar está junto a los suyos. Con la dignidad propia de un hombre al que lo respalda un pueblo, así como llegó a Costa Rica, en ropa de dormir, se puso al habla con los presidentes amigos del ALBA, denunció el golpe con energía y aseguró su regreso.
Mel vuelve a sonreír para tranquilizar, no solo al pueblo, sino también a su esposa e hijos que están a buen resguardo pero en la zozobra de qué será de sus vidas. Su bigote bien negro, amplio y tupido se estira una y otra vez, en la medida que habla. Zelaya se ha vestido de luchador pero no es un guerrillero, es un demócrata que está dando una verdadera batalla por liberar a su pueblo de la bota golpista.
No le han faltado consejos de amigos y sobre todo firmeza en sus palabras y decisiones: "regreso de inmediato a Honduras acompañado del padre Miguel D'Escoto, secretario general de la Asamblea de las Naciones Unidas". Ha hablado a la prensa hace breves instantes desde Washington. No se sabe que pueda pasar a su regreso. Los aeropuertos están cerrados y los militares tienen posicionados francotiradores en las azoteas de los edificios cercanos al aeropuerto.
Con su sombrero de llanero ensillado hasta las orejas le habló ayer sábado a los hondureños: "Les pido a todos los campesinos, a las amas de casa, a los pobladores, a los indígenas, a los jóvenes, a los diferentes grupos de organizaciones de trabajadores, empresarios; diferentes amigos políticos que tengo en todo el territorio nacional: alcaldes, diputados, que me acompañen en mi regreso a Honduras, que es el regreso del Presidente electo por la voluntad soberana del pueblo. Estoy dispuesto a hacer cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio por obtener la libertad que nuestro país necesita".
Habla pausado, mueve sus grandes manos en ademanes rítmicos, como si quisiera hablarle también a los que no le escuchan, levanta un poco la voz y afirma: "¡O somos libres o seremos esclavos en forma permanente, si no tenemos el valor de defendernos!", y con la firme ecuanimidad que ha hablado durante todos estos días y con la sonrisa en su rostro, hace un alto y se llena de civismo: "¡No lleven armas, ninguna arma!" y sentencia, "El arma que tenemos es la más fuerte del mundo, el arma de los derechos de los pueblos por gobernarse a sí mismos".
Zelaya no sabe que va pasar a su llegada a Honduras. Nadie lo sabe. Lo real, lo tangible, lo que las cámaras oligarcas no pueden callar ni censurar, son las imágenes del pueblo en las calles de Honduras, marchando al encuentro del presidente verdadero. "¡Que Dios nos proteja y nos bendiga a todos!" y con sus dedos pulgar e índice en cruz lo juró con un beso.
Esta sonrisa que le veo ahora a Zelaya en Telesur aún en Washington antes de partir de Honduras, podría quizás ser la última. Es un enigma para la historia. Va decidido a todo junto a su pueblo, el golpismo podrá dar un zarpazo más en su andar torpe, pero lo cierto es que pasará a la posteridad la dignidad vejada de un pueblo que no se quedó de brazos cruzados y salió a luchar como antaño lo hicieron sus próceres encabezados por Morazán. Zelaya, cabalga ahora en el camino de regreso con la decisión de dar la carga final por la libertad de Honduras.
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