jueves, 31 de marzo de 2011

Las manipulaciones de Le Monde y las visiones de los “cubanólogos”

Por Yinnet Polanco

La revisión sistemática de los comportamientos de los emporios internacionales de la comunicación sirve a veces para encontrar, sobre algunos temas, pistas realmente interesantes. Si fuésemos a hablar en términos de marketing, diríamos que el tema Cuba vende. Pero cuidado, porque esta afirmación puede resultar engañosa y el lector pensar que se refiere a la Isla como destino turístico potencial. Todo lo contrario: para los grandes consorcios de la información, lo que vende es hablar mal de Cuba, poner en tela de juicio cualquier logro, cualquier iniciativa del país y da igual si es en la salud o en la cultura. Basta mencionar dentro de un alegato a la mayor de las Antillas con un sentido negativo en una línea, y esa línea se volverá titular.
No es de extrañar entonces que en el mundo pululen los “cubanólogos”, especializados en “analizar” y predecir sin acertar cualquier acontecimiento del país. Tal es el caso del brasileño radicado en Francia Paulo A. Paranagua, que desde el periódico Le Monde y su blog adscrito a la publicación, desvirtúa constantemente la imagen de Cuba en diversos textos entre los que pudieran citarse algunos abiertamente reaccionarios como “Castro y la izquierda latino-americana” y “¿Cuándo Cuba se detuvo?”. El objetivo es denigrar o introducir elementos insidiosos en cualquier comentario que aluda a la realidad de la Isla, sin importar si habla de relaciones internacionales o de eventos cinematográficos.
La nota de Paranagua en Le Monde referida a la recién finalizada Feria Internacional del Libro de Cuba, es el clásico ejemplo de manipulación mediática desde los espacios consolidados por el poder. Bajo el título “Los autores cubanos en libertad vigilada”, este “¿estudioso de la cultura cubana?” une de manera malintencionada varios temas que no están conectados entre sí.
La primera de sus tergiversaciones es la de autonombrarse “envoye special”, es decir, enviado especial. Por esos días, Paranagua estaba en Cuba como turista, no se encontraba acreditado para la cobertura de la Feria, así que esta denominación es, cuando menos, pretenciosa. El colaborador de Le Monde comienza su reseña sobre el evento literario aludiendo a la presentación del libro El hombre que amaba a los perros, del escritor Leonardo Padura, citando dos frases del autor cubano: “hoy se rompen mitos y se cumplen sueños”, “muchos pensaban que este libro no sería publicado en Cuba” y a continuación afirma Paranagua que ello se debe a que los personajes: León Trostski y el hombre que le dio muerte, Ramón Mercader, eran tabúes. No lo entrecomilla, pero organiza la información de tal modo que parecieran haber salido de la boca de Padura palabras que no son suyas.
Paranagua afirma que los ejemplares disponibles no eran suficientes para satisfacer a todos los interesados en comprar el libro. Cualquier otro autor, menos malintencionado, hubiera concluido que Padura es un escritor muy leído en la Isla y por eso no alcanzaban los 4000 ejemplares autorizados por Tusquets para su edición en Cuba, pero el brasileño “cubanológo” añade además que esta información fue dada por una representante de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. La así presentada, como si fuese una vocera de una organización de gobierno o partido político, no era otra que la editora de El hombre que amaba a los perros, en su versión cubana.
Como si el veneno fuese insuficiente, Paranagua cita a la Presidenta de Tusquets, quien pone en duda el número de la tirada y afirma que el tope de 4000 ejemplares es una medida para evitar la exportación del libro hacia países vecinos.
Con un recurso tan viejo como el periodismo, pero invariablemente poco ético, Paranagua escuda sus propias opiniones sobre la industria editorial cubana en una “lectora frustrada” y yerra por completo el tiro, porque si hay algo de lo que se precia esta industria, es de la producción de libros para niños y jóvenes, que solo en la Editorial Gente Nueva en el 2010 alcanzó la cifra de 107 títulos y 965 mil ejemplares, sin contar la cantidad de libros para este público salido de las editoriales provinciales y las imprentas Rizo.
La manipulación en torno a la novela de Padura culmina afirmando que los medios ignoraron la presentación, hecho incierto y fácilmente demostrable al revisar sitios como La Jiribilla, que publicó dos textos sobre el tema: “Trotsky, el silencio y la historia”, del escritor Daniel Díaz Mantilla, y otro titulado El hombre que amaba a los perros. Un libro profundamente cubano”.
Concluye Paranagua el capítulo Padura para engarzarlo —sin que quede muy claro cómo ni por qué— con unas declaraciones de Ambrosio Fornet sobre la crítica literaria en Cuba que a continuación dejan paso a una nueva tergiversación: la no recuperación pública de los textos de escritores cubanos como Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas y Jesús Díaz. Quien tenga la posibilidad de leer la compilación de cuentos de la colección del Instituto Cubano del Libro dedicada a los 50 años de la Revolución, podrá ver algunos de estos nombres en el índice del mismo. Paranagua omite que ha sido la voluntad manifiesta de estos escritores o de sus herederos la que ha impedido que su obra se reimprima en Cuba para acercarla a su público natural.
Como en el circo, en una voltereta mortal, el brasileño pasa de Jesús Díaz a Desiderio Navarro y no es sino para distorsionar nuevamente más información. Mientras alaba que el director de Criterios sea capaz de traducir a 15 idiomas, afirma que todas las acciones culturales de este intelectual se realizan sin apoyo del estado cubano. Si editar un libro con una editorial cubana, precisamente sobre ese quinquenio gris al que alude Paranagua, o recibir ayuda para organizar de manera conjunta con el Ministerio de Cultura debates sobre diversos temas en instituciones tan prestigiosas como la Casa de las Américas o el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfico (ICAIC), así como recibir medios informáticos de ese mismo Ministerio, no es tener apoyo del estado, entonces, tal vez, habría que hacer una revisión de conceptos.
Casi finalizando sus dos cuartillas de distorsiones, Paulo Antonio cita algunos de sus ejemplos más desafortunados cuando menciona entre los autores relegados al espacio de los “blogueros y rockeros contestatarios” al “joven escritor y fotógrafo Orlando Luis Pardo” por haber traspasado los “bordes imprecisos de lo políticamente correcto”. Hace unos años, antes de aliarse al grupo de blogueros probeta liderado por Yoanis Sánchez, Pardo Lazo publicó unas fotos suyas masturbándose sobre la bandera cubana… y siguió tan tranquilo, hasta hoy, cuando gracias a haber cambiado de “compañeros de trabajo” muestra un aumento considerable en su nivel de vida. En uno de sus más recientes textos, titulado “Salvando al soldado Alan (Gross)”, llega a sugerirle al gobierno norteamericano “que bombardeen quirúrgicamente su cárcel y luego manden a un comando de Hollywood para rescatar a Alan Gross live”, en otras palabras, está incitando a una intervención militar en su propio país; como si se creyese la reencarnación de Randolph Hearst, Pardo Lazo parece desde sus páginas decir otra vez con respecto a Cuba, “la guerra la fabrico yo”. Pero eso tampoco lo dice Paranagua porque, de mencionarlo, los límites de la tolerancia en la Isla quedarían muy bien parados.
La conclusión de este mélange de Paranagua es que en Cuba, “el poder no tiene confianza en los intelectuales”. Como por algunas cosas no vale la pena extenderse demasiado, volvamos sobre las reflexiones de Raúl en la clausura del Séptimo Congreso de la UNEAC: “Este ha sido un Congreso con mucha discusión, pero para eso luchamos, para esa diversidad de opiniones... pues de las mayores discrepancias saldrán las mejores soluciones”.

Excelente desmontaje tomado de La Jiribilla

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