viernes, 30 de octubre de 2009
Demoliendo esperanzas de paz
Por Jerrold Kessel y Pierre Klochendler
"Sabíamos que algo malo iba a suceder cuando vimos que se instalaron controles en las carreteras y que había policías por todas partes. Los israelíes estaban demoliendo más casas", dijo a IPS el empresario y líder comunitario palestino Naim Awisat.
Condujo velozmente su coche a través de Vía América (carretera que cruza un viejo valle y une los barrios sureños de la región de Cuenca Sagrada con la amurallada Ciudad Vieja y sus sitios religiosos) hasta Sala’a, un vecindario venido a menos en el corazón de un uadi (cauces secos de los ríos).
El fuerte sonido de la maquinaria pesada podía escucharse "incluso antes de que yo doblara la última esquina hasta la polvorienta plaza. Un anillo de soldados con sus uniformes antidisturbios estaban preparados. Debo admitir que fue una suerte de alivio cuando vi que lo que estaban destruyendo era un edificio abandonado con un techo de hierro corrugado donde nuestros hijos se reunían a jugar billar y a quién sabe qué más… Ni hablemos de drogas", contó.
Su amigo Mohammad Nakhal, planificador urbano, ya estaba allí. Antes de que pudieran hablar sobre lo sucedido, el teléfono celular de Mohammad comenzó a sonar sin parar: varios lo llamaban de Dahiyat a-Salaam, en la parte septentrional de la ciudad, y de Sur Baher, apenas pasando la colina camino a Belén.
Más demoliciones estaban en marcha.
"Se te desgarra el corazón cuando vez 15 personas, siete de ellas niños, que quedan sin hogar así, de la nada", dijo Naim, cuando llegaba a Sur Baher, mientras observaba a la distancia las tres gigantes topadoras y grúas israelíes destruyendo el hogar de la familia Nimr.
Conteniendo con dificultad sus lágrimas, la madre de la familia, Umm Muhammed, sacudía el polvo gris que se acumuló en su pañuelo. Su esposo, Nimr Ali Nimr, se sentó desconsolado sobre un sillón, uno de los pocos muebles que pudieron salvar en los minutos que tuvieron para ser evacuados antes de que las topadoras entraran en acción. El hombre les contó a Naim y a Mohammad que aquí también el grupo de demolición llegó acompañado por policías fronterizos fuertemente equipados.
Todavía algo aturdido, Nimr señaló que, cuando las máquinas comenzaron a derribar el edificio, hubo una breve protesta de los adolescentes del barrio. "Les lanzaron piedras (a los israelíes). Afortunadamente, las tropas no dispararon", contó.
Dos horas después, los soldados se habían ido. Todo lo que quedaba era una pila de escombros y hierros retorcidos.
Haciendo caso omiso de las críticas internacionales, e incluso de Estados Unidos, la municipalidad israelí de Jerusalén ha continuado con demoliciones de casas en la parte oriental ocupada.
En total, el martes fueron derribados seis edificios, dejando a 26 personas sin hogar.
La última ronda de demoliciones asciende a más de 600 el número de palestinos desplazados en Jerusalén oriental desde que comenzó este año, según cifras de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Medio Oriente (UNWRA, por sus siglas en inglés).
Autoridades israelíes señalaron que las demoliciones son realizadas porque los propietarios palestinos no tienen los permisos requeridos, y por lo tanto los consideran "ilegales".
Según la Organización de las Naciones Unidas, la falta de una adecuada planificación urbana en las áreas palestinas de Jerusalén, los severos requisitos administrativos y los altos costos de los permisos no les dejan a los palestinos otra opción que construir "ilegalmente" viviendas para sus crecientes familias.
"Deberíamos darle de su misma medicina con la política edilicia. Si dicen que no podemos construir sin permisos, nosotros respondemos: ‘Está bien, pero entonces permítannos desarrollar nuevas áreas residenciales en nuestros barrios’. La sobrepoblación ha sido insoportable por años", dijo Naim.
Las familias que salen de las fronteras municipales se arriesgan a perder sus tarjetas de identidad en Jerusalén, y por tanto el derecho a vivir o a entrar y salir de la ciudad.
Funcionarios de la UNWRA estimaron que "al menos 60.000 del cuarto de millón de palestinos de la ciudad están en riesgo de ser víctimas de desalojos, demoliciones y desplazamiento". Muchos otros sufren una creciente presión para abandonar la ciudad, debido a las amplias y estrictas restricciones legales que afectan muchos aspectos de su vida diaria.
"Si todo sigue como ahora, la actual tensión por las intenciones israelíes de erosionar los vínculos con nuestros propios sitios sagrados simplemente pone el fundamento para una nueva Intifada (insurrección popular palestina contra la ocupación)", alertó Mohammad.
No obstante, se esfuerza por ser optimista.
La secretaria de Estado (canciller) de Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton, llegará a Jerusalén este sábado, en un intento de revivir el proceso de paz palestino-israelí. Cuando la funcionaria visitó la ciudad en marzo, dio un fuerte discurso contra la política de demoliciones, desatando un enfrentamiento con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.
El primer ministro respondió que los extranjeros no tenían "ningún derecho" a decirle a su gobierno qué podía hacer y qué no en la "ciudad capital" israelí.
La determinación israelí a seguir derribando hogares palestinos pone una sombra sobre los nuevos esfuerzos de paz impulsados por la administración de Barack Obama en Washington.
"Lo que verdaderamente necesitamos hacer es vencer a los israelíes en su propio terreno. Trabajar desde dentro para asegurar que obtengamos lo que es nuestro en toda justicia", sostuvo Mohammad.
"También hay miles de órdenes de demolición contra construcciones ilegales en la parte occidental (judía) de la ciudad. Necesitamos trabajar desde dentro de la municipalidad si queremos cambiar la situación y detener todas las demoliciones", explicó.
IPS
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