Por Robert Fisk
Su política para Medio Oriente está colapsando. Los israelíes se burlan de él ignorando por completo sus pedidos de detener la construcción de asentamientos en territorio palestino. A su enviado especial, George Mitchell, Tel Aviv le dice sin rodeos que un acuerdo de paz global llevará muchos años. Ahora él quiere que la dirigencia palestina se siente a negociar la paz sin ninguna clase de precondiciones. Por si fuera poco, hace algunos días presionó al presidente de la Autoridad palestina, Mahmud Abbas, para que se olvide del informe del relator de la ONU –el juez Goldstone– sobre los crímenes en Gaza al mismo tiempo que su secretario de Estado Adjunto descalificaba al informe por considerarlo imparcial.
Tras romper su promesa de campaña de llamar a las masacres de armenios en 1915 por parte de la Turquía otomana “genocidio”, ahora urge a los armenios a normalizar sus relaciones con Turquía, nuevamente sin precondiciones. Su Ejército aún enfrenta una insurgencia potente en Irak. No puede decidirse acerca de cómo encarar la guerra en Afganistán. Y la situación en Pakistán empeora con cada día que pasa.
Ahora el presidente Barack Obama acaba de ser distinguido con el Premio Nobel de la Paz. Tan sólo ocho meses después de asumir el cargo. Con razón afirmó sentirse “asombrado” cuando se enteró de la noticia. Debería haberse sentido humillado. Pero quizá la debilidad y la falta de resultados sean la nueva clave para ganar este Nobel. Al israelí Shimon Peres también se lo dieron y nunca ganó una elección en su país. Yasser Arafat también lo obtuvo. Y miren lo que le sucedió. Por primera vez en la historia, el comité noruego del Premio Nobel le otorgó el premio a un hombre que no logró absolutamente nada con la vana esperanza de que logre algo en un futuro. Así de mal están las cosas. Así de explosivo está el asunto en Medio Oriente.
Y encima Irán. Después de intentar congraciarse con Teherán la semana pasada en Ginebra, Obama redescubrió las garras del felino cuando, a fines de la semana, un comandante de la Guardia Revolucionaria volvió a advertir que Irán destruiría Israel si este país o Washington osaban atacarlos. Lo dudo. Si destruyen Israel, destruyen Palestina. Son más inteligentes, y su política en caso de apocalipsis es otra: si los israelíes los atacan, los iraníes se limitarán a atacar intereses estadounidenses: tropas y bases en Irak y Afganistán, bases norteamericanas en los países del Golfo y buques de guerra en el estrecho de Hormuz. No harían nada contra Israel, y, de ese modo, según Teherán, Washington conocería el precio por arrodillarse ante sus amos israelíes.
Pero por favor, nada de ataques el 10 de diciembre. Ese día Barack Obama irá a Oslo a recibir su premio por logros que todavía no alcanzó y por sueños que se convertirán en pesadillas.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/subnotas/133287-42998-2009-10-11.html
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