Por Isaac Rosa
Encerrado, aislado del exterior y con cada vez menos suministros, no está dispuesto a rendirse, aunque sea al precio de llevar al país al enfrentamiento y la ruina. Algunos pensarán que estoy hablando de Manuel Zelaya en la embajada brasileña, pero no. Me refiero al golpista Micheletti y sus partidarios militares y empresariales.
Son los golpistas quienes protagonizan el verdadero encierro en Honduras. Se han quedado solos en la comunidad internacional, no pueden poner un pie fuera de sus fronteras, y ven suspendida la ayuda exterior. Incluso Estados Unidos, presionado por la unanimidad internacional, les da la espalda tras las ambigüedades iniciales. Y pese a todo, están dispuestos a mantenerse en el poder, mediante la represión.
La vuelta de Zelaya a Honduras ha cambiado nuestro punto de vista. Ahora miramos desde dentro, desde el centro de Tegucigalpa, no desde la frontera ni desde capitales extranjeras donde dialogar. Y con la hábil maniobra de Zelaya se le ha caído la careta al golpe. Se acabó la ficción, alimentada por los medios internacionales, de un golpe blando, suave, institucional, dialogante, con elecciones. Los golpes en el siglo XXI acaban donde siempre: militares en la calle, toque de queda, palizas, muertos, desaparecidos, acoso a informadores, y centros de detención –en estadios, pues ni en eso son originales-.
Y frente a un golpe de los de toda la vida, la respuesta de siempre: resistencia. Si la represión va en aumento es porque la resistencia ciudadana es cada día mayor, rompiendo también la falacia de un Zelaya solitario y un país conforme con su expulsión.
Un golpista acorralado y humillado da mucho miedo. No dejemos solos a los hondureños.
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