Por Isaac Rosa
Esta noche, para conmemorar el setenta aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, voy a ver una vez más Salvando al soldado Ryan, la bonita película de Spielberg sobre cómo los norteamericanos nos liberaron del nazismo. Porque, como todos saben, Europa estaba en manos de Hitler hasta que llegaron los heroicos marines y, desinteresados como siempre, dieron sus vidas por nosotros, para que hoy vivamos en un mundo libre.
Hay por ahí unos pocos resentidos, infectados del típico antiamericanismo infantil, que no están conformes con la bonita versión oficial. Frente a ello, sostienen que Hitler no perdió la guerra en las épicas playas de Normandía, sino en las tierras rusas, en el Frente Oriental, y pretextan que la mayor parte del ejército alemán fue liquidada por el Ejército Rojo tras años de durísimos combates. Incluso ofrecen, como dato clarificador, el contraste entre los más de 25 millones de soviéticos muertos (más de la mitad civiles) frente al medio millón de norteamericanos caídos.
Ni caso a esos filoestalinistas, que a estas alturas pretenden que reconozcamos el papel soviético en la derrota del Tercer Reich. Venga ya, listillos: y entonces, ¿todas las películas que durante décadas hemos visto, en las que Hollywood nos mostraba el heroísmo yanqui? ¿Qué eran, propaganda? Anda ya, que no cuela.
Yo pienso seguir fiel a mis emociones, echando la lagrimita con la búsqueda de Ryan. Además, Stalin era tan malo como Hitler, incluso mucho peor, y la guerra en realidad fue culpa de los comunistas. No me vengan con cuentos, que para algo somos los vencedores quienes escribimos la historia. Y en la Segunda Guerra Mundial nosotros estábamos en el lado de los buenos, ¿no?
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