sábado, 7 de junio de 2014

El Socialismo del Siglo XXI: Una construcción heroica


Daynet Rodríguez Sotomayor

Hace poco más de un año, Alejandro Toledo, exgobernante peruano entre el 2001 y el 2006, expresaba en el III Encuentro de la Red Latinoamericana y del Caribe para la Democracia (CedLac): "Soy un académico, tengo un doctorado en Stanford, soy profesor en Standford, de Harvard, y todavía no entiendo lo que es el socialismo del siglo XXI", para más adelante añadir que, en todo caso, era "un invento caribeño de Hugo Chávez". Más allá de su visión despectiva y eurocentrista -no importa que sea un mestizo peruano-, la frase de Toledo encarna un poco esa perplejidad de la derecha para comprender los procesos de cambio de América Latina, y como de pronto este continente, de alguna manera, se les había ido de las manos; y de otro lado, la incapacidad de la propia academia, para conformar un cuerpo teórico sólido explicativo de esos cambios. 

Tras el fracaso que significó la construcción del socialismo real en Europa del Este, que desvirtuó los principios del marxismo-leninismo a partir de dos hechos concretos: el estalinismo, que instauró una verdadera dictadura o totalitarismo, y en un punto determinado, el estancamiento de las fuerzas productivas, desde diversos enfoques de la teoría y la praxis política se intentó regresar a los planteamientos originales del marxismo y rescatar, precisamente, aquellos aspectos que la experiencia fallida del socialismo real no había logrado desarrollar, desde un distanciamiento del pensamiento único de las elites y una aproximación a las posibilidades políticas comportamentales de los explotados y excluidos, y de una forma de pensar desprovista de prejuicios y rezagos.
  
Paralelamente, el contexto mundial demostraba la inoperancia del capitalismo para cumplir los anhelos de la mayoría y seguía exigiendo a gritos que el viejo orden de cosas debía y debe ser superado: aumento de las desigualdades sociales, dependencia económica, deudas, crisis cíclicas, pérdida de las riquezas nacionales, depredación de los recursos naturales. Precisamente en América Latina, un continente particularmente azotado por la brecha de la inequidad, por siglos de explotación y saqueos, por la condición neocolonial, por años de democracias malogradas, de partidocracia y golpes de estados, por el neoliberalismo económico que aquí se ensayó y experimentó, nace el Socialismo del siglo XXI como una respuesta, con sus enormes retos y desafíos, y como un enfoque eminentemente latinoamericano.

”El Socialismo del siglo XXI es un fenómeno político que avanza en su influencia con el resurgir de la izquierda que pretende distanciarse de los esquemas y errores del modelo eurosoviético, a partir de una nueva concepción genuinamente americana. En consecuencia una de las proyecciones democrática, popular y antiimperialista en el poder, es el proceso revolucionario de Venezuela liderado por Hugo Chávez”, acota el investigador cubano Gilberto Valdés en su artículo Socialismo del Siglo XXI: Desafíos de la sociedad “más allá” del Capital.

El concepto fue enunciado por el alemán radicado en México, Heinz Dieterich, durante los años 1995 y 1996. Pero fue el líder venezolano Hugo Chávez, quien popularizó el término en el 5to Foro Social Mundial. Luego lo han utilizado Rafael Correa, con su Revolución Ciudadana de Ecuador; Evo Morales en Bolivia; Daniel Ortega en Nicaragua; para asociarlo a los nuevos procesos democráticos, populares, nacionalistas, antiimperialistas que se han producido en el continente.

El líder venezolano, es sin ninguna duda, el primer gran exponente del pensamiento crítico latinoamericano en el siglo XXI. Fruto de toda una tradición continental de pensamiento y acción, con la Revolución Cubana de referente más cercano, y de ese adverso contexto neoliberal que en Venezuela había tenido un momento clímax con el Caracazo en 1989, Hugo Chávez llegó al poder por un accidente de la democracia liberal, una falla en el sistema –producto de una profunda crisis interna de legitimidad-, que inauguró una nueva forma de hacer política a partir de los mismos mecanismos ya establecidos pero que también ha impuesto retos que veremos más adelante. Chávez fue capaz de hacer confluir la teoría y la reflexión con la práctica política, y fue notable su capacidad para generar acciones de gobierno sustentadas en una vocación popular, nacional, latinoamericanista y humanitaria. Chávez y el movimiento revolucionario venezolanos fueron imprescindibles para recomponer el horizonte de esperanza a finales de los años 90, una década especialmente difícil para la Izquierda, en la que se anunció el Fin de la Historia y de la Izquierda misma como alternativa ideológica, y la “Tercera Vía” hizo de las suyas como método blando de ropaje para las políticas económicas neoliberales.

Paralelo a las acciones gubernamentales que poco a poco intentaban abrirse paso en el esquema democrático liberal, como la aprobación de una nueva Carta Magna que consagraba legalmente la participación popular en todos los asuntos de interés nacional y la aprobación de numerosos proyectos de desarrollo Económico y Social, de inclusión social, de soberanía, se hizo imprescindible la emergencia del concepto de Socialismo del Siglo XXI, como horizonte teórico de esos cambios, para llenar el vacío ideológico dejado por el neoliberalismo y apegarse, como decíamos al principio, a otra racionalidad, a otra ética, más atenta a las necesidades y aspiraciones de los Pueblos que a las imposiciones del mercado. 

En consecuencia, el socialismo del siglo XXI rescata la democracia participativa y al hombre como centro y actor de la política, como objeto central de la reflexión. Chávez se apropió fuertemente de este elemento formulado por Dieterich y de su reconceptualización de soberanía –política y social-, para impulsar una democracia participativa y revolucionaria, protagónica, en la que conviviera la democracia representativa con formas de democracia directa. La idea del Socialismo del siglo XXI adaptada a sus circunstancias de origen América Latina habla de que este no tiene que ser de estado, ni de partido único, mientras que otorga un rol fundamental a las organizaciones de base, quienes deben ejercer el control sobre las decisiones políticas. Chávez, por su parte, apuesta por el reforzamiento del estado pero controlado por el pueblo y desarrolla todo un movimiento de consejos comunales para la participación activa en la política. De esa forma, logra que los venezolanos se asuman como integrantes de una comunidad política nacional con un sentido de futuro compartido, en tiempos de la bancarrota intelectual y moral de las clases dirigentes – clientelas de los intereses capitalistas y, no es ocioso repetirlo, rescató el concepto de patria, de venezonalidad. 

Con un carácter emancipador del ser humano, el Socialismo del Siglo XXI intenta desatar todas las capacidades y oportunidades de las fuerzas productivas, pero en armonía con la biodiversidad y el medio ambiente. En este sentido, se contrapone no solo a los conceptos depredadores del neoliberalismo, sino también a las posiciones desarrollistas que tuvieron gran auge en América Latina cuando propone un camino de desarrollo científico “fundado en la generación de capacidades endógenas”. “Debemos avanzar hacia una explosión masiva del conocimiento, de tecnología, de innovación, en función de las necesidades sociales y económicas del país y de la soberanía nacional”, decía Chávez. Según los enunciados de Dieterich, el Socialismo del siglo XXI acepta la convivencia del mercado, pero pide volver a una economía de equivalencia de los valores reales de la mercancía, en la que los precios no se atrofien por el valor de los monopolios. Es decir, propone lo que denomina una economía de valores fundada en el valor del trabajo que implica un producto o servicio y no en las leyes de la oferta y la demanda.  Estos son ideales, solo para un mundo sin monopolios y Chávez lo comprende. Recupera el control de la tierra, de los recursos naturales claves como el petróleo, sectores sensibles como la educación y la salud, y abre formas de propiedad comunitaria, cooperativa, y de propiedad privada, como la pequeña producción mercantil, al tiempo que insiste en la autogestión y el control obrero.

Otro eje de este enfoque es la integración y cooperación, enunciado por Dieterich quien apuesta por un Desarrollismo democrático regional. Aunque en realidad esa idea fue conceptualizada y realizada en la teoría y la práctica por la Revolución Cubana, y especialmente, por Fidel Castro. Me parece completa la valoración que hace de este particular Santiago Roca, en su Recopilación de documentos sobre el recorrido político de Hugo Chávez: “Su propuesta de unidad latinoamericana rescata  la visión certera de que América Latina – como los países del Sur Global – deben formar un ente geopolítico autónomo y soberano como medio para integrarse en igualdad de condiciones en el sistema internacional. Esto contrasta con todo el pensamiento integracionista de corte liberal, el cual crea distinciones entre integración económica y cultural, y es de corte eminentemente neocolonial. Así, si el pensamiento unionista de Bolívar encuentra su antagonista en la Doctrina Monroe, y el de José Martí en la Enmienda Platt, el de Chávez se encarna en la oposición al ALCA, el más portentoso intento de crear un mercado único en la región (o lo que es decir, un desbocadero para la sobreproducción de mercancía estadounidense). el interés unionista se encuentra también en la creación de un conjunto de organizaciones (ALBA, UNASUR, Celac) y, sobre todo, en el impulso de una racionalidad significativamente diferente en las relaciones internacionales, basada en la complementariedad, en la reciprocidad y en la solidaridad. En comparación con el destemplado unilateralismo estadounidense de principios de siglo, la geopolítica de Chávez representó un fuerte apoyo a la multipolaridad y a un orden global fundado en el reconocimiento y en el respeto mutuo”.

En 2004, Fidel Castro y Chávez, dos seres con una empatía y comunión política extraordinarias, presentaron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), marco de integración con vocación hemisférica, más allá del ámbito sudamericano e incluso el latinoamericano, que era radicalmente político y estaba impregnado de la ideología antineoliberal y antiglobalista de sus creadores. La Bolivia de Evo Morales (2006), la Nicaragua de Daniel Ortega (2007), la Honduras de Mel Zelaya (2008) y el Ecuador de Rafael Correa (2009) se fueron insertando sucesivamente  en la alizanza, desde 2006 inseparable del Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP), formulado por La Paz. Al abrigo del Alba, se han dado esquemas de cooperación ejemplares para el beneficio de los pueblos del continente como Petrocaribe, la Misión Milagro, o el programa Yo sí Puedo.

Por otro lado, la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) en 2007 y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), sucesora del Grupo de Río, en 2011 echaron a andar en sendas cumbres que tuvieron como anfitrión a Chávez, el cual veía a estos organismos como los complementos necesarios del ALBA dentro de una integración latinoamericano-caribeña de geometría variable. La emergencia del ALBA, la UNASUR y más recientemente la CELAC como mecanismo de concertación, han restado poco a poco influencia y protagonismo a foros tradicionales como la Cumbre Iberoamericana y a la propia OEA. 

Construir una sociedad diferente, una alternativa diferente, supone grandes desafíos, más cuando esa construcción se da en el marco del mismo sistema liberal. En Cuba rompimos con todo, o casi todo, mientras que los nuevos procesos emancipadores de la región se han dado en el seno de las viejas estructuras, que no han logrado ser dinamitadas completamente. Ya lo decía Fidel en una conversación con Chávez, recogida en los Cuentos del Arañero: “Chávez, la guerra tuya es muy distinta a la mía. Aquí mis enemigos más acérrimos se fueron, están en Miami. Allá tú los tienes en tus narices. Tú Miami está allá Chávez”. ¿Podrá convivir y sobrevivir el ideal del socialismo del siglo XXI con el actual esquema capitalista en el que nació? Creo que no, basta seguir la lógica de que garantizar la mayor suma de justicia y equidad distributiva debe tensar, aún más, la lucha de clases. Pero me gusta pensar, como reitera el ensayista y filósofo cubano Enrique Ubieta en su libro Cuba: ¿Revolución o Reforma? y otros artículos, que “el socialismo no es un punto de llegada, sino un camino”. Una senda en la que conviven los viejos males y los nuevos desafíos y que se va haciendo, precisamente, al andar. Y dada la propia diversidad de nuestros pueblos, prefiero no hablar de un solo socialismo, o de un solo camino, sino de muchos caminos que deberán seguir teniendo en cuenta la “propia historia, sus tradiciones (incluyendo las religiosas e indígenas), sus mitos, sus héroes, aquellos que han luchado por un mundo mejor, y las capacidades individuales que las personas han desarrollado en el proceso de lucha”.  

Esta construcción entraña, igualmente, el enorme desafío de crear una nueva cultura, o una cultura contrahegemónica a la capitalista, y que le dé cuerpo y sustancia a los valores éticos de esa nueva sociedad. Y digo enorme, porque ya sabemos, desde Cuba, cuán difícil es luchar contra los modelos culturales impuestos globalmente. Llevamos medio siglo de Revolución, y no creo que se pueda decir que hemos creado esa contracultura. Pero existen, también, enormes potencialidades: quizás el chiste de que a los pueblos más remotos solo llegan la coca-cola y los médicos cubanos sea el mejor ejemplo de esa dicotomía, pero la subversión que significa la presencia de esos médicos y otras tantas formas de cooperación, es ya un gran paso en la conformación de esa contracultura. 

Esa cultura alternativa deberá ser el sostén del ideal de justicia distributiva y de equidad social, irrenunciable para cualquier proyecto de socialismo. Y “tendrá que acompañarse”, al decir de Gilberto Valdés, “de nuevos desafíos relacionados con el cuestionamiento del patriarcado en todas sus formas (económicas, políticas y simbólico-culturales), del modelo productivista y depredador de desarrollo, no solo vigente a nivel mundial, sino deificado como aspiración y única alternativa de progreso humano (o metamorfoseado con el apellido “sostenible” para el Sur, o de expresas alusiones a la reducción de la pobreza, siempre que estas escondan el proceso real de empobrecimiento que la produce). No se trata de renunciar al bienestar, sino de comprender que el mito del bienestar centrado en el consumo desenfrenado del industrialismo moderno y sus variantes actuales, es causa del camino acelerado hacia un punto de no regreso para la posibilidad de la propia vida”. 

Con la pérdida física de Hugo Chávez, se impone, también, otro gran reto: repensar el liderazgo. Ya desde el Socialismo del siglo XXI se habla del protagonismo de las organizaciones de base, que en este nuevo contexto se vuelven más imprescindibles que nunca. Fortalecer los movimientos populares, barriales, sindicales, de los pueblos originarios, en fin, esa democracia participativa y protagónica que aludía Chávez y que es el sustento del nuevo gobierno bolivariano cuando pide que “Chávez seamos todos”.

“El socialismo en América Latina no vendrá de ningún libro iluminado sobre “el socialismo del ni en el siglo XXI”, vendrá, en primer lugar, de los movimientos radicales de masas (y de la intelectualidad orgánica a ellos) en pro de alternativas social políticas que recuperen la soberanía y la dignidad de los pueblos y enfrenten con decisión e inteligencia estratégica a los instrumentos de dominación, explica Gilberto Valdés. Y he ahí el nudo de la contradicción o el desencuentro final entre Dieterich y la praxis revolucionaria de Hugo Chávez, que asumió los elementos que a su juicio se ajustaban a la realidad política de Venezuela. Dieterich se convirtió en un crítico de Venezuela, porque muchas de las cosas no se hacían como él las había escrito y previsto. Pero el mismo líder bolivariano insistió más de una vez que no había ningún lugar que dijera “este es el Socialismo del siglo XXI” sino que en todo caso, era “una construcción heroica”. Y lo sigue siendo. 

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